jueves, 30 de julio de 2009

Sin pena ni Gloria 2/13

Seguía pintando de vez en cuando y raramente exponía. Se había licenciado summa cum laude en Bellas Artes y siempre pensó dedicarse exclusivamente a la pintura, mas ella le empujó a que obtuviese el doctorado, y más tarde a opositar, “por la seguridad del sueldo, Mateo, que los cuadros igual se venden que no”. Acabó dando clases en la misma facultad donde se había forjado su sueño de ser un gran pintor. Desde entonces, su vida había pasado por todos los matices de gris, aunque sin acercarse demasiado al blanco puro ni al negro absoluto. Eso hubiera supuesto un cambio interesante, aunque fuera para mal, pero hasta en eso era gris. Siempre había pensado que cometió un error acatando la decisión de Gloria, que aquella “seguridad” le quitaba el coraje, la sensación de riesgo, el atrevimiento necesarios para expresarse con valentía en los lienzos. Cuántas veces son las situaciones difíciles, de precariedad, las que ponen a prueba el talento. Ahora era un pintor correcto, comedido, deshonesto. Su obra no tenía alma, ya nacía muerta; quizá en otras circunstancias hubiera conseguido destacar. No obstante, aceptó la situación por amor a Gloria (entonces sí que la amaba, estaba seguro, ¿o no?), mientras se decía “cuando estemos más establecidos dejaré la enseñanza y me consagraré a la pintura”. Eso no llegó nunca, solo era una manera de acallar su conciencia, que se rebelaba ante aquella situación. Situación que se había mantenido y seguía vigente, enquistada. Y él era un artista castrado. No había dado, desde que la conoció, un solo paso que no fuera guiado por Gloria. Era un hombre sometido, un vasallo, y el vasallaje que pagaba, su libre albedrío, su genio creador.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
invierno1999

Extracto

Escribía cada día. Fatal. Con el culo, tío. Pero era su poesía y le ayudaba a ir pasando los días. Hacía que se sintiese útil, Se lo tomaba muy en serio, se emocionaba escribiendo, y, de vez en cuando, le sonaba la flauta. También hay que reconocerlo. En el patio, o dentro de la celda, me leía en voz alta lo que escribía. Yo nunca le contaba mentiras. Le decía que me parecía una porquería, pero sin desanimarlo. Al contrario. Siempre le decía que debía considerarse afortunado por tener lo que tenía. Para él significaba mucho poder llamarse poeta, escritor, y ejercer todos los días. Nunca se le pasaba por alto ni se hacía el remolón. Su poesía y él eran inseparables, y las autoridades no podían hacer nada al respecto.

Muchos lo consideraban un héroe.


JOEL ROSE
"DEPRISA"

miércoles, 29 de julio de 2009

Sin pena ni Gloria 1/13

Hacía ya tiempo que la relación entre ambos no era, ni de lejos, aquello que se dice ideal. Sí, se querían ¿o tal vez no? En todo caso, nada que ver con el principio, tan romántico, tan apasionado, tan fresco... No lamentaba la pérdida de la pasión, no; en la evolución de una pareja ésta es sustituida con creces por otras cualidades, como la complicidad o el conocimiento profundo de la otra persona, aunque, ¿habían evolucionado ellos de esa manera? Era la frescura, esa espontaneidad inicial, lo que Mateo echaba de menos. Habían desatendido el amor, o quizá se habían desentendido de él.

Añoraba los primeros tiempos, cuando vivían en aquel piso diminuto y frío que olía a aguarrás y estaba atiborrado de libros y muebles baratos. Ambos estudiaban, trabajaban y llevaban la casa; iban de cráneo, la verdad, aunque siempre encontraban momentos para charlar, para reírse, para ver una película tumbados en el suelo rodeados de cojines, o para hacer el amor sobre ellos. Para esto en concreto, encontraban muchos momentos y, en cambio, ahora... En aquella época solo disponía de un pequeño rincón para pintar, a la escasa luz que entraba desganada por la ventana de la sala, sin embargo, era feliz, porque pintaba lo que le gustaba, lo que le salía de verdad. Y era bueno. Ahora, a través del tiempo, y curado de la ceguera que produce el comienzo del amor (ya se lo decían sus amigos: Mateo, tío, que estás encoñao), acepta que Gloria veía sus obras como el delirio del ingenuo aspirante a pintor, como algo transitorio o caprichoso, no las tomaba en serio. Nunca quiso posar para él, nunca le habla criticado un cuadro, nunca creyó en su arte. En realidad, no creía en ningún arte que se saliera de los tópicos o no fuese una inversión segura.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
invierno1999

martes, 28 de julio de 2009

Cita

La más noble función de un escritor es dar testimonio, como con acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir.

CAMILO JOSÉ CELA

jueves, 23 de julio de 2009

La barca 6/6

Compró las herramientas necesarias para devolverle a la barca todo su esplendor y se aplicó a fondo el resto del verano. Lo primero que hizo, soplete en mano, fue arrancarle hasta el último vestigio de pintura, en una labor purificadora y descontaminante de tactos indeseables. La limpió tan a fondo como las manos de un cirujano. Alimentó la madera ya desnuda y ávida de bálsamos que le devolvieran la juventud perdida, y selló las juntas con pez, restañando sus heridas. Dedicó los días que siguieron, mientras la barca recobraba la flexibilidad y la vida, a reparar la vieja vela latina que había hallado en la cambra, a la sombra de la higuera que devoraba la casa. Por las tardes, cuando ya el cansancio hacia mella en su cuerpo, se sentaba en el porche contemplando el atardecer y comiendo las uvas pequeñas y agrias que todavía daba la vieja parra, descuidada durante años. Se ponía un disco de jazz, siempre el mismo, para recordar aquellos momentos y sensaciones cada vez que lo volviera a escuchar. Y para cenar comía higos y pan. Y bebía vino, vino de la tierra, que le caldeaba el corazón y cicatrizaba las llagas del alma. Y una vez la barca estuvo seca la pintó de un blanco tan puro que, en las horas de sol, cegaba. Y le puso una orla azul, como su mar. Y perfiló de nuevo las letras, y la barca se volvía a llamar como su abuela, como su madre, como su hija... Y parecía una novia, tan blanca, algo azul, algo viejo...

Y con el fin del trabajo concluyó también la terapia que se habla impuesto a si mismo. Ya estaba preparado para volver a ese mundo que había elegido hacía ya una vida, a ese mundo en el que había formado su propia familia. Allí esperaban su mujer, su hija, su nieta todavía no nacida... ¿se llamaría su nieta como la barca?

Y por fin estaba allí, de pie en su playa, las piernas abiertas, los brazos cruzados y el mentón adelantado, triunfal, sus ojos encendidos de sol poniente. El equipaje descansaba a su lado, sobre los guijarros, mientras veía por última vez navegar su barca, proa al mundo, mar adentro. Y el sol poniente ya no estaba, pero sus ojos seguían encendidos con el reflejo de las llamas.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
verano 1998

Extracto

Llevo en la tierra varios años solares, distribuidos en dos épocas, y no acabo de comprender al ser humano. Es cruel, egoísta y agresivo. La razón, la sociabilidad y la libertad están en el fondo de su esencia. Pero la razón la usa con escasez suma; delega en otros sus libertades; y la sociedad, que creó como aliada y defensora, le juega las peores pasadas y le impone los más afilados valladares.


ANTONIO GALA
"EL IMPOSIBLE OLVIDO"

martes, 21 de julio de 2009

La barca 5/6

Resultaban curiosas las miradas indiferentes de los conductores más madrugadores, y llegó a pasar una patrulla de la policía local que ni siquiera paró. Los más grandes robos se cometen en las narices de los propios custodios. El buen humor aumentaba y el trabajo avanzaba a buen ritmo. Una vez libre, le pasaron unas cinchas por debajo de la quilla y, con sumo cuidado, la pluma la izó, y la barca volvió a la vida: se estaba meciendo de nuevo. Le crujían las tablas de la panza, pero eso quedaría solucionado en cuanto entrara en contacto con el agua. Algo de brea y unas gotas de aceite de linaza también ayudarían. Y unas manos de pintura, claro. Se le ocurrió que parecía una mujer coqueta que estuviese pidiendo a gritos un tratamiento intensivo de belleza para volver a enamorar a su amante. Y él se lo iba a dar, por supuesto que sí; él iba a hacer posible esa reconciliación, al tiempo que se reconciliaría consigo mismo. A cada momento que pasaba iba recuperando su identidad. Había vivido una vida remota, error o no era otra historia, pero sabia que su epicentro había sido fijado allí en el mismo instante de nacer, creándose un vínculo eterno con aquella tierra, con aquella isla, con ese mar.

Acomodada la barca en el remolque iniciaron, en una especie de desfile triunfal, el retorno hacia el mar. Hubo que dar un gran rodeo, ya que no pudieron desarmar el mástil, y se tuvo que elegir un itinerario que estuviera exento de cables aéreos de luz o teléfono. Más de una vez dieron la vuelta, pero no les perturbó en absoluto; aquello era lo más divertido que habían hecho en muchos años. Por fin llegaron a la playa, a su playa; la única playa del pueblo que se había librado de la quema urbanística, en parte por ser de guijarros y en parte porque nunca quiso vender la casa en la que había nacido y que, mal que bien, todavía se mantenía en pie.

Entre gritos amistosos y órdenes contradictorias, y debidamente falcada con cuñas para que no escorase, la barca quedó de nuevo en el lugar que le correspondía, varada en la cala que la vio nacer, y desde donde, afortunadamente, no se divisaba el puerto deportivo ni los apartamentos de la playa grande. Aquello había sido el inicio de una fiesta a la que se fueron uniendo las mujeres, los hijos y los nietos de sus amigos, y se mezclaron las risas con comida, la música con el vino, el baile con la espuma del mar... Afloraron recuerdos, buenos y malos, lloraron a los que ya no estaban, y celebraron estar vivos. Y se puso el sol, y se acabó el vino, y enmudeció la música, y se fueron todos, y se quedó a solas con su playa, con su barca, con su mar.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
verano 1998

domingo, 19 de julio de 2009

Cita

El hombre es finito con vocación de ser infinito.

GABRIEL RAMÍREZ LOZANO
"ESCRIBIR"

sábado, 18 de julio de 2009

La barca 4/6

Los días siguientes fueron de reencuentro con sus viejos amigos, ya viejos. No estaban todos. Los que quedaban no le recriminaron la ausencia, la falta de noticias. Le abrazaron, alguno lloró, jugaron a las cartas, bebieron vino de la tierra, rieron, comieron comidas que recordaba su mente, pero no su paladar, conoció a sus hijos, pasearon por los escasos vestigios que quedaban en pie del pueblo que él recordaba, escucharon su lamento y le prometieron auxiliarle en su cruzada. Y volvieron a beber vino de la tierra para rubricar la decisión.

Contrató un camión con pluma y un remolque para embarcaciones y una mañana, bien temprano, él y sus amigos tomaron la rotonda. Estaban de buen humor; eran otra vez aquellos críos que se peleaban con los del pueblo de al lado con sus espadas de madera y sus sombreros de cow boy de plástico rígido, pero ahora iban armados con mazas y cinceles. Destruyeron los anclajes que sometían a la barca, liberándola de su estática condena. Las barcas se han de mecer, encabritarse al compás que les dicte el mar, han de retozar con él y dejarse acariciar. La suya es una relación sensual, han de estar en continuo contacto, en un cortejo sin fin. Le acudieron a la mente aquellos versos que leyó alguna vez: “Una barca en tierra, ¿hay algo más triste?”


© del texto JAVIER VALLS
BORJA
verano 1998

martes, 14 de julio de 2009

La barca 3/6

Dejó el coche allí mismo, el motor en marcha, la puerta abierta, sin luces de emergencia... Entre groserías y toques de claxon de conductores hastiados de las vacaciones en familia caminó hacia el centro de la rotonda sin acabar de creer lo que estaba viendo. Sí, sin duda era la barca de su abuelo, de su padre... su barca. Bajo las capas de pintura que habían atesorado los años, todavía se podían leer las letras talladas en la madera. Acarició con los dedos el nombre de su abuela, de su madre, de su hija... mientras un familiar y molesto escozor llenaba sus ojos de lágrimas, que se esforzó por mantener a raya, sin conseguirlo. En un intento por contenerse las secó de un manotazo, pero le resultaba difícil dominar la rabia que sentía. Era como estar viendo a sus padres y a sus abuelos con pelucas de lana, ropas de colores chillones y las caras pintadas de payaso, para divertimento de todo el que pasara por allí, y eso no lo podía soportar. Sentía vergüenza por ellos y sentía vergüenza de sí mismo. Si hubiese regresado a su debido tiempo, eso no hubiera ocurrido jamás. Ignoraba cómo había ido a parar allí, y tampoco le importaba. Si comenzaba a indagar encontraría montones de motivos para enfadarse, cuando había regresado allí buscando la paz de espíritu que hacia años le pedía el cuerpo. No, lo dejaría correr... Pero ese no era su sitio, de eso estaba seguro, y supo con absoluta certeza lo que tenía que hacer: iba a devolver la dignidad a la memoria de su familia.

Todavía ágil, se encaramó a la borda y subió con poco esfuerzo. Se sentó en la bancada de popa y, mientras acariciaba la caña del timón y volvía a sentir ese tacto casi olvidado, comenzó a urdir su plan. Los conductores le miraban con cara de asombro, y un par de adolescentes que iban en moto le gritaron algo que no entendió, pero nada de todo eso le importaba. Sonreía con una sonrisa firme y serena. Sonreía también con los ojos, brillantes ahora de determinación.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
verano 1998

viernes, 10 de julio de 2009

La barca 2/6

Y lo que vio a su vuelta le encogió el corazón y le hizo sentir culpable, como si hubiese sido su ausencia la causante de aquella metamorfosis desmesurada. El pueblo de sus padres, de sus abuelos, de sus amigos, de su primer amor... su pueblo, ese pueblo de cal que había dejado atrás, no se veía por ninguna parte. Había sucumbido bajo el peso de millones de toneladas de acero y hormigón, de cristal, de asfalto, de anuncios luminosos, farolas y parquímetros, cabinas telefónicas, semáforos, paradas de autobús... Y las calles, con sus filas de árboles castrados, estaban atestadas de señales de tráfico y vehículos de todo tipo; hasta un tren turístico con pasaje de niños vociferantes y matronas pintarrajeadas y aburridas. Triste.

Las aceras, intransitables, tomadas por las terrazas de los bares y los vendedores ambulantes de discos piratas y falsas alfombras turcas, por padres con carritos de bebé, por niños en bicicleta, por las mercancías horteras de las tiendas de souvenirs. Papeleras llenas a rebosar, mierdas de perro, gente que intentaba enmascarar con perfume barato el sudor rancio, contenedores de basura malolientes, grasientos vapores de fritangas que escapaban de los restaurantes, rejillas de alcantarilla apestosas... ¿qué había sido del aroma del mar?

El progreso había llegado a su pueblo, lo había devorado y estaba haciendo una mala digestión. Ahora conducía por calles desconocidas, tan iguales a tantas otras de tantos otros pueblos devastados por la especulación, que era incapaz de distinguirlas. Súbitamente dio un frenazo que dejó marcados los neumáticos en el asfalto. El vehículo que circulaba tras él frenó a su vez, de golpe, quedándose tan cerca del suyo que tuvo que hacer maniobra para salir de allí, entre bocinazos e improperios. No hizo caso. Nada de lo que había visto hasta entonces, nada de lo que había experimentado, era comparable a lo que sintió al ver la barca. La barca que construyó su abuelo, con la que se había ganado la vida, como su padre. La barca con el nombre de su abuela, de su madre, de su hija... La barca que habla mecido sus sueños de juventud en los días de calma chicha del verano, a la sombra de la vela latina, y que ahora estaba allí, varada en el centro de una rotonda de acceso al pueblo con el suelo de color azul piscina, en una patética emulación del mar. Un mar de cemento resquebrajado con matas de hierbas emergiendo de las grietas a modo de algas. La barca, siempre blanca en su memoria, era ahora de un rojo descolorido y descascarillado por la acción del sol, y tenía pintado en grandes letras amarillas el nombre del pueblo recorriendo ambos costados de proa a popa. Grotesco. Deplorable. Doloroso.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
verano 1998

lunes, 6 de julio de 2009

La barca 1/6

Y allí estaba de nuevo, de pie frente al mar, las piernas abiertas, los brazos cruzados y el mentón adelantado, desafiante, sus ojos encendidos de sol poniente. Esos ojos que habían paseado tantas veces sobre la línea del horizonte preguntándose qué habría más allá, al otro lado de ese mar que se interponía entre su playa y el mundo. Estaba seguro de que ese mundo era mucho más luminoso y brillante, pese a la infinita luz que invadía el suyo, pese a los destellos del agua que le obligaban a entornar los párpados, pese a los días azules. Y consiguió cruzar el mar, y vio que allí la luz era mate, el brillo artificial, los días, grises. Imaginó que los aromas eran allí más profundos, los sabores más intensos, las personas fascinantes... Y cruzó el mar, y olió la profunda nostalgia, saboreó la intensa soledad y vio que las personas eran un bien escaso entre la gente. Si, lo cruzó; contra todo y contra todos... dejando atrás su playa, su isla, su cosmos, con tanto orgullo en su equipaje que no le permitió volver, ni siquiera en los momentos más bajos, hasta que hubo pasado la vida.

Regresó, sí, y estaba allí, en su playa de guijarros, sintiendo por fin sosiego en el alma. Ahora jugaba con ventaja, puesto que había estado infinidad de veces en el lado opuesto, en el lado del mundo, de pie, las piernas abiertas, los brazos cruzados y el mentón adelantado, evocador; sus ojos encendidos de sol naciente, preguntándose cómo estaría su isla, al otro lado del mar.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
verano 1998

viernes, 3 de julio de 2009

Extracto

Lo mismo que el recuerdo de algunas vivencias personales que nos habían parecido imborrables, la memoria de aquello que hemos visto con la imaginación, porque no alcanzamos a vivirlo, también se hace borrosa con el tiempo, también se desgasta.


JUAN MARSÉ
"RABOS DE LAGARTIJA"

miércoles, 1 de julio de 2009

Hoy hace día de noviembre

MAÑANA

Hoy hace día de noviembre, triste, frío, gris, con el aire henchido del humo acre de las primeras chimeneas. De todos modos, hoy es santa Teresa de Jesús, así que ya no falta tanto para noviembre. Noviembre, dichoso mes, que entra en Todos los Santos y sale con San Andrés. Por cierto, que no se me olvide felicitar a Mari Tere y a su madre, ellas siempre se acuerdan de mi santo, y eso que es menos señalado que el suyo. El mío es, como decía mamá, de los que pasan de noche, pero tampoco tengo con quién celebrarlo, así que me dan lo mismo santos, cumpleaños, navidades o el sursuncorda.

¡Vaya! Una carrera. Pues da igual, no me pongo medias y ya está, total, con este tiempo, no sabe una qué ponerse, que igual hace frío que calor. Me acuerdo de cuando era pequeña, que por estas fechas ya hacía bastante fresquito, y para Todos los Santos estrenábamos las niñas el abrigo y los guantes que habríamos de llevar a partir de entonces todos los domingos, y el que habíamos usado los domingos del año anterior, pasaba a ser éste el de diario. Eran bonitos, los días de Todos los Santos de antes, cuando iba todo el mundo, bien endomingado, al cementerio, repleto de flores frescas puestas en los búcaros el día anterior, las lápidas relucientes, los metales bien pulidos. Las chicas, las pollitas, como las llamaban entonces, cogidas del brazo, riéndose por lo bajo cuando las miraban los chicos que les gustaban. Éstos, deseando que se soltaran unas de otras para poder decirles algo en privado, o pasarles alguna carta inflamada de amor y pasión. Los niños, corriendo y dando puntapiés a todo lo que encontraban por el camino, con sus zapatos nuevos, y sus madres, con el abuelo o la abuela del bracete, regañándolos. Caminando junto a ellas, con aire ausente, los padres, fumando y escuchando el partido en sus pequeños transistores. Y a la vuelta, paso obligado por la pastelería, a comprar los huesos de santo y los panellets. Siempre era lo mismo, pero eran tiempos felices, inocentes, de niñez sin preocupaciones, con un horizonte, un futuro. Este año no iré, al cementerio, ya no existe esa ilusión por estrenar abrigo, ni por los dulces, ni por los chicos, ya no iría con mis padres, sino a visitar su tumba. Si acaso, me pasaré unos días antes, para adecentar el nicho, que no se diga...

¡Uy! Se me está terminando el maquillaje y el rimmel ya hace grumos, tendré que pasarme por la perfumería al salir del trabajo uno de estos días, y también necesito desodorante, que está en las últimas, crema de noche y tónico. Ya verás, me dejo allí medio sueldo, porque siempre pico con algo más de lo previsto, que si esta promoción, que si este producto nuevo.

Tengo ganas de llegar al despacho, creo que hoy empieza el nuevo, un chico que viene trasladado desde Alicante. Dice Concha, que lo vio el otro día en personal, que es bastante guapo y que parece ser que no tiene novia, que se lo oyó decir cuando le preguntaron si estaba casado o tenía pareja, hijos y esas cosas que te preguntan como si eso tuviera algo que ver con desempeñar bien o mal un trabajo, y dijo que no, que no estaba casado, y Marián, que es una buscona y estaba ojo avizor, le preguntó después si su novia también había venido con él, no, no tengo novia, contestó el chico. Lo cierto es que un hombre de su edad sin nada de nada, escama, igual es marica, aunque si no lo es, ya me imagino a todas afilándose uñas y colmillos y relamiéndose con la posibilidad de ligárselo, nunca he visto tanta solterona hambrienta por metro cuadrado, o, más que hambrienta, con ganas de pillar hombre, hombre que la saque de esa categoría vergonzosa de solterona, porque estas no son solteras, son solteronas, y sé que este es un comentario propio de un tío, pero es que yo tengo ojos y estoy en el mundo, y digo que son un hatajo de solteronas. Cada una tendría sus motivos para arrimar el ascua a su sardina, claro; Marián, con lo calentorra que es, se conformaría con cepillárselo, como hace con todos los que se le ponen a tiro, pero las demás intentarán ennoviarse con él. Y si es gay, seguro que quien se lleva el gato al agua es Germán, con lo guapo y zalamero que es, que ése si que liga todo lo que quiere. Dicen que hasta tuvo un lío con el jefe de recaudación, tan serio y varonil, y casado que está con una chica muy maja, que nunca sabes por donde salta la liebre. Puede ser, porque yo los he visto cruzarse, a él y a Germán, sin dirigirse ni siquiera una mirada, será que acabaron mal.

Lo más triste es que yo también me incluyo en ese grupo, en el de las solteronas, digo, no en de las que se lo disputen, al nuevo, no quiero ni pensar en la posibilidad de que me hiciera algún caso, no sabría qué hacer. Después de toda la vida estudiando, de no salir más que al cine alguna vez con las amigas de clase y a misa con mamá, de estudiar todavía más para opositar a la Seguridad Social, de cuidar durante años a mi padre enfermo de cáncer y luego a mi madre con el Alzheimer, me encuentro con que nunca he salido con un chico, nunca he acariciado a un hombre, ningún hombre me ha tocado los pechos, ni me ha atraído hacia su “masculinidad latente”, como dicen en los novelones rosa. Nadie me ha susurrado palabras de amor al oído, nadie me ha mordisqueado el lóbulo de la oreja, nadie me ha dicho te quiero, nadie me ha besado en la boca, nadie. Mi única vida social fuera del trabajo se reduce a los ensayos y las actuaciones con la coral, y a salir a caminar de vez en cuando con mi vecina Dolores, una viuda sin hijos mucho más mayor que yo. He de confesar que me gustan el director de la coral, que es cura, y uno de los bajos, Fernando, pero me parece que a él también le gusta el director, y es que yo tengo un ojo para los hombres...

Recuerdo mi primera juventud siempre sumida en las obligaciones de la casa y del insti o, después, de la facultad, inmersa en mi falta de vida, rodeada de dolor ajeno que intentaba mitigar con mi obligada abnegación filial. O sea, resumiendo, que además de solterona, virgen, sosa y reprimida. Será que estoy sensible con el tema, ya que con diferencia de unos pocos días, he releído "Entre visillos", de Carmen Martín Gaite, y he vuelto a ver "Calle Mayor", de Juan Antonio Bardem, como si me gustara refocilarme en mis propias miserias. Si quiero cambiar el chip, habré de buscarme entretenimientos más positivos. En la oficina tengo fama de ser fría con los hombres, como si una vez que los hubiera utilizado para mis fines me deshiciera de ellos, por temor al compromiso. No sé de dónde pueden haber sacado la idea, pero yo, claro está, cultivo esa creencia, no vayan a pensar que soy una mojigata que, por otra parte es lo que soy. Prefiero que me tengan por una casquivana, incluso por una zorra, aunque no me coma una rosca, que también tiene guasa el tema.

El caso es que así, sola, se está muy bien, los pelos del lavabo siempre son míos, nadie deja levantada –ni salpicada- la tapa del váter y veo siempre los programas que quiero ver. Me digo que muchas quisieran para sí la vida tan independiente que llevo, pero ¿a quién quiero engañar, si ayer domingo me pasé todo el día acicalándome? Me depilé, me limpié el cutis, me puse una mascarilla, me exfolié, me bañé con sales y me hice la manicura, hasta la de los pies, o sea, la pedicura, y eso que ya no llevo sandalias. Pasé todo el día con piña, para depurar y tener hoy un vientre bien plano, y esta mañana me he levantado más temprano para plancharme el pelo. Me digo que lo hago por mí misma, pero si lo pienso bien, me parece un comportamiento bastante patético, así que mejor no lo pienso, porque dentro de no mucho tiempo, ya ni con todos los afeites del mundo volveré a parecer joven. Se me está pasando la vida.

Es curioso, las novias, queriendo casarse, las casadas, deseando que las dejen en paz, las viudas añorando al marido muerto, y las solteras deseando ser novias, esposas o viudas. ¿Qué haría yo si un hombre me invitara a salir? Supongo que durante los paseos, las cenas o donde sea que me llevara, todo iría bien, soy habladora y divertida, a pesar de todo, pero cuando llegase el momento de la intimidad… es que soy una completa ignorante en este sentido, bueno, digamos que solo me sé la teoría, pero me daría pánico ponerla en práctica, por miedo al ridículo, quizá, no sé. Lo malo es que si no cambio esta actitud que no me permite salir con nadie, ya me veo pasando de largo por este mundo, vieja, sola, triste, como Amelia, la de la oficina, aunque yo creo que lo que le pasa a ella es que es lesbiana, pero, bueno, bien podría tener su pareja ¿no?, aunque fuera otra mujer, y, ahora que lo pienso, igual la tiene y no lo sabemos, pero no creo, si la tuviera no estaría tan amargada. Me da miedo la soledad, no la soledad de querer estar tranquilo con uno mismo, sino la soledad, soledad, la de no tener a nadie. Una cosa es estar a solas y otra estar solo, y yo disfruto de ambas situaciones. A veces he pensado en hacerme cooperante de cualquier cosa, o entrar en alguna ONG, para relacionarme con la gente, pero he terminado rechazando la idea porque no sería el mejor motivo para meterse en un voluntariado, y tampoco me veo haciendo manualidades en compañía de amas de casa aburridas de su vida y ancianas desahuciadas de la suya.

Bueno, espero no haberme pasado con el maquillaje, tampoco es cuestión de que parezca que voy de boda. Para hoy han dado lluvias, pero todavía aguanta sin llover, ojalá se mantenga así durante todo el día, si no, el pelo planchado, a hacer puñetas. En el trabajo suelo llevar la melena recogida en una cola de caballo, así que si éstas se extrañan por mi peinado les diré que ayer salí y todavía me dura, porque son unas arpías que se fijan en todo, aunque sospecho que no seré yo la única que vaya más arreglada de lo normal para un lunes. Menos mal que todavía me dura el bronceado, me voy a poner la blusa blanca para resaltarlo. Después llego con los puños hechos una porquería, de restregarlos por el escritorio, pero espero que valga la pena.

TARDE

El aire huele a frío y a castañas asadas. Dos euros la docena. ¿De qué vivirán los castañeros cuando el aire no huele a frío y a castañas asadas? Pensándolo bien, ¿qué me importa? Me estoy quedando tiesa, aquí en la parada del bus, parada; mañana saco la gabardina de entretiempo, ya no se puede ir a cuerpo, y el caso es que en el despacho hace bochorno, que la gente es muy exagerada y ya han puesto la calefacción. Hoy he pasado calor, calor, y eso que no iba muy abrigada. Yo, la verdad, temía que se me viera demasiado puesta, con tacones y todo, pero nadie ha reparado en mi atuendo. En principio ha sido un alivio, pero cuando lo he pensado con detenimiento mi autoestima ha sufrido un duro revés, ya que me he sentido insignificante e invisible. Después me han presentado al nuevo, Esteban se llama, y he lamentado lo de los tacones, porque lo cierto es que no es muy alto, bueno, un poco más que yo, sí que es. Lo peor ha sido cuando Marián, que es la excepción que confirma todas las reglas, y sí se ha fijado en mi indumentaria poco habitual, al pasar por mi lado ha murmurado “¿de caza?”. Lo ha dicho en voz baja, pero a mi me ha parecido como si lo anunciara por megafonía, y no estoy segura de que el chico, Esteban, no lo haya oído. Me he puesto roja como un tomate, como si fuera a creer que me había arreglado por él, que es lo que era, en realidad. Yo creo que se ha dado cuenta de mi azoramiento, pero ha sido un caballero y ha hecho como que no.

A lo mejor es por lo que pasa siempre que te creas unas falsas, o mejor dicho, unas desmesuradas expectativas, sobre algo o alguien, pero en principio me he quedado un tanto bluff, cuando lo he visto de lejos. Tras conocerlo, y a medida que pasaba la mañana, me iba dando cuenta de que la primera impresión, lo primero que piensas de una persona, no siempre es lo que vale. Esteban es un chico..., bueno..., a esta edad ya no se si llamarle chico u hombre, lo dejaré en chico, ciertamente guapo, aunque no a la manera que yo lo había imaginado. Es que te dicen que alguien es guapo, y ya lo encorsetas en los estereotipos que te inoculan por televisión, y no todo el mundo lo es a la manera de Hollywood, hay gente guapa de lo más normal, no tienes más que ir por la calle con los ojos bien abiertos. Bueno, pues Esteban es guapo, más bien bajo, como ya he dicho, castaño, el escaso cabello dominado con gomina, peinado para tapar las entradas, unos ojos azules que quitan el sentido, educado, simpático y amable hasta decir basta. Tiene aspecto de italiano, o de suizo, con esos ojos y ese pelo. Debe practicar algún deporte, porque se nota que se cuida, y parece competente en su trabajo, de hecho, acaba de llegar y se ha puesto al día en un pispás. También parece divertido, el tipo de persona con el que te gustaría pasar la vida, bueno, por lo menos a mi, porque parece ser que a su mujer, ex-mujer, no tanto. Me ha dicho, en cuatro palabras no demasiado explícitas y muy reveladoras al mismo tiempo, que está separado, que tiene hijos, no sé cuántos, y que no todos le tienen el cariño que debieran. Yo le daría todo el cariño que necesita, ya ves, con lo negada que estaba yo para los hombres, pero es que es tan dulce, tan atento, tan sexy... porque debajo de esa ropa sosa de Cortefiel que parece el uniforme de todos los funcionarios, adivino a un hombre súper sensual, súper romántico, súper hombre...
Y este autobús, que no acaba de llegar, con las ganas que tengo de llegar a casa, para desmaquillarme y darme una buena ducha, a ver si entro en calor. Después llamaré a casa de Mari Tere, y las felicitaré a ella y a su madre. Me pondré los dedos en la nariz a modo de pinza y les diré que tengo un trancazo que no me sostengo en pie, así me excuso el tener que ir, y me excuso el tazón de chocolate requemado, siempre le sale requemado, a la señora Tere, y me excuso los mostachones, que siempre me saben a rancio, será porque lo están.

Hemos hecho buenas migas, Esteban y yo, y además, fíjate qué casualidad, somos casi vecinos. Resulta que se ha alquilado un piso cerca de donde yo vivo, yo pensaba que me invitaría a llevarme a casa en su coche, pero ha quedado en ir a tomar unas cervezas con Germán.

NOCHE

Hoy hace día de noviembre, triste, frío, gris, con el aire henchido del humo acre de las primeras chimeneas. Será eso lo que me produce escozor en los ojos y me hace llorar. Será.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
octubre de 2007