jueves, 23 de julio de 2009

La barca 6/6

Compró las herramientas necesarias para devolverle a la barca todo su esplendor y se aplicó a fondo el resto del verano. Lo primero que hizo, soplete en mano, fue arrancarle hasta el último vestigio de pintura, en una labor purificadora y descontaminante de tactos indeseables. La limpió tan a fondo como las manos de un cirujano. Alimentó la madera ya desnuda y ávida de bálsamos que le devolvieran la juventud perdida, y selló las juntas con pez, restañando sus heridas. Dedicó los días que siguieron, mientras la barca recobraba la flexibilidad y la vida, a reparar la vieja vela latina que había hallado en la cambra, a la sombra de la higuera que devoraba la casa. Por las tardes, cuando ya el cansancio hacia mella en su cuerpo, se sentaba en el porche contemplando el atardecer y comiendo las uvas pequeñas y agrias que todavía daba la vieja parra, descuidada durante años. Se ponía un disco de jazz, siempre el mismo, para recordar aquellos momentos y sensaciones cada vez que lo volviera a escuchar. Y para cenar comía higos y pan. Y bebía vino, vino de la tierra, que le caldeaba el corazón y cicatrizaba las llagas del alma. Y una vez la barca estuvo seca la pintó de un blanco tan puro que, en las horas de sol, cegaba. Y le puso una orla azul, como su mar. Y perfiló de nuevo las letras, y la barca se volvía a llamar como su abuela, como su madre, como su hija... Y parecía una novia, tan blanca, algo azul, algo viejo...

Y con el fin del trabajo concluyó también la terapia que se habla impuesto a si mismo. Ya estaba preparado para volver a ese mundo que había elegido hacía ya una vida, a ese mundo en el que había formado su propia familia. Allí esperaban su mujer, su hija, su nieta todavía no nacida... ¿se llamaría su nieta como la barca?

Y por fin estaba allí, de pie en su playa, las piernas abiertas, los brazos cruzados y el mentón adelantado, triunfal, sus ojos encendidos de sol poniente. El equipaje descansaba a su lado, sobre los guijarros, mientras veía por última vez navegar su barca, proa al mundo, mar adentro. Y el sol poniente ya no estaba, pero sus ojos seguían encendidos con el reflejo de las llamas.

© del texto JAVIER VALLS BORJA
verano 1998

3 comentarios:

  1. Me gusta como el personaje cuida tanto la barquita.

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  2. Bien, querido amigo.

    G.

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  3. Y por fin pudo convertirla en lo que quería para él.... entre vino, conversaciones, pintura y viejos amigos. Y el final más hermoso: de cara al sol poniente en el mar....Precioso!!!

    Un abrazo!!!

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