sábado, 31 de diciembre de 2011

Doce malas uvas para fin de año




















Freixenet, El Corte Inglés, El Almendro, American Express.

Querido Papá Noel: mi número de cuenta es...

Visa del Gallo.

Mariá, Mariá, ven acá corriendó, que el chocolatilló se lo están fumandó.

¡Feliz MasterCard!

Navidad + dicha = ¡Dichosa Navidad!

Bebe, bebe, bebe, come,come,come, gasta, gasta, gasta.

Propósitos de Año Nuevo, jajajajajaaaaa...

Si bebes, no hables...

Queridos Reyes Magos: Este año he sido bueno, jajajajajaaaaaa...

En vísperas de un nuevo año sería muy grato decirles que todo será fácil; desgraciadamente no es así (Salvador Allende).

Dong, dong, dong, dong, dong, dong, dong, dong, dong, dong, dong, dong, cof, cof, cof, aghhhh...

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía José Camba (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Anuncios por palabras_006



Traspaso iglesia céntrica, amueblada y con santos, por pérdida de fe. Necesita reformas.

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Foto Pamp (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

sábado, 24 de diciembre de 2011

Silent Night




Salgo del trabajo. Por fin. ¡Qué frío, cojones! Son poco más de las siete y ha llovido. Qué cortos los días, qué largo el invierno. Ya es noche cerrada, la luz de una farola me ayuda a sortear una mierda que supongo de perro, pero meto el pie en un charco, que supongo de agua. Mierda. Joder. Hostia. Cada día paso frente al domicilio del alcalde. Cada día hay por las inmediaciones una pareja de policías que hacen de ángel de la guarda del alcalde. Cada día hay un vehículo de esos de limpiar las calles, limpiando la calle del alcalde. Aquí, a los barrios, no llegan esas máquinas, porque aquí no vive el alcalde, ni siquiera pasa nunca, el alcalde, ni sus ángeles de la guarda, a no ser que sea para multar. Y está lleno de cagadas, y de orines, unos de perro y otros no, y de vómitos de la noche anterior, y de salivazos, y de chicles pegados al pavimento.

No sé muy bien dónde he dejado el coche, ¡hace ya tantas horas!, pero creo que voy en la dirección correcta. Sólo lo creo. Noto algo raro en el ambiente. No sé definirlo. Imagino que son los sonidos, que me llegan amortiguados, como sordos.

¿Seré yo el sordo?

La gente camina deprisa, mira hosca, habla quedo, carga bolsas, carga con su vida.

Me cruzo con una mujer. No es guapa. No es fea. Casi no es. Ha existido durante los dos segundos en que se han encontrado nuestras miradas. La suya parecía cansada. Quizá la mía lo estuviera también. Desaparece. Me sumerjo en la estela de Marlboro y Rochas que ha dejado a su paso. Desaparece también. Se va amortiguando, perdiendo el sonido de su taconeo hasta que no se oye más. Tacones lejanos. Ja.

Dobla la esquina un tipo que lleva una lata de cerveza de medio litro en una mano. No es la primera del día, ni siquiera de la última media hora. Se tambalea. Escupe muy cerca de mí. Cerdo. Es un pobre hombre. Menudo cerdo. Pobre hombre. Me pide fuego. No fumo. Pero ¿tienes fuego? No fumo. ¿Y una moneda? No fumo. Que te den. A ti. Me sumerjo en la estela rancia de alcohol viejo y ropa sucia que ha dejado a su paso.

De la puerta abierta de un bazar sale un molesto soniquete, repetitivo, machacón, repetitivo, machacón, repetitivo, machacón... Me paro frente al escaparate y miro adentro. Mujeres comprando calcetines baratos y cosméticos que les van a irritar la piel. Mujeres comprando horribles objetos decorativos. Mujeres comprando perfumes apestosos. Mujeres comprando flores de plástico, joyas de plástico, lujo de plástico. Mujeres comprando tiempo, un poco de tiempo antes de volver a su condena a trabajos forzados, a casa. Home, Sweet Home. El molesto soniquete continúa repetitivo, machacón, repetitivo, machacón, repetitivo, ande, ande, ande, machacón... Es un villancico, el bazar es chino, y todo es ridículo, incongruente, grotesco, incoherente. Entro. Lencería picante junto a posters del Papa. Cirios votivos y velas con forma de falo. Material escolar, tetas postizas, estropajos, santos de escayola, orinales de plástico, consoladores, escobillas para el váter, juguetes peligrosos... Made in Hong Kong, made in Taiwan, made in China. Huele a limpiahogar barato, a ambientador barato, a barato. Buenas tardes, ¿tiene carretes de fotos? No foto. Salgo.

Pasa algo a toda velocidad, flotando sobre un halo azul. Las ventanillas con los cristales bajados a pesar del frío. Música a todo volumen, colores chillones, alerones aerodinámicos, llantas carísimas. El coche lleva conductor, el conductor no lleva cerebro. El conductor lleva gafas de sol. El conductor es gilipollas. Frena con un chirrido de neumáticos para no empotrarse en el furgón que está parado en el semáforo en rojo. Verde. Claxon. Claxon. Claxon. Acelera de golpe, con un chirrido de neumáticos. Deja marcas negras en el negro asfalto y negro olor a quemado en el aire negro de la noche. De los deslumbrantes tubos de escape sale un nubarrón de humo negro. Respiro el caucho quemado y respiro el humo negro. La luz de las farolas arranca destellos de los cristales negros. Desaparece apurando las marchas con estruendo. La música se sigue oyendo durante un momento. El conductor es su coche. El conductor no es nada cuando se apea de su coche. El conductor no es nadie sin su coche. El conductor es gilipollas. Un ciclista sin luz en la bicicleta y sin luces en el cerebro, serpentea entre los coches jugándose la vida.

Alcanzo a dos mujeres casi viejas, que van del bracete. Tengo la sensación de que siempre han sido casi viejas. Y que siempre han ido del bracete. Ocupan toda la acera. No puedo adelantarlas. Me atufan con la laca de sus cabellos rubio ceniza de bote y el alcanfor de sus abrigos de pelo de camello de poliéster, y con su perfume antiguo de mujer vieja, casi vieja. Peinados idénticos. Abrigos idénticos. Varices idénticas. Me atufan con su conversación. No le digas que te lo he dicho, que le dije que no te lo diría. ¿Yooo? Como si no me conocieras. A contraluz de una farola veo cómo escupen diminutas gotas de saliva mientras hablan. Una de ellas lleva las medias arrugadas y parece que se esté deshinchando. La otra lleva un papel pegado a uno de los zapatos. Señora, lleva un papel pegado al zapato. Gracias, joven. Sus labios excesivamente rojos enmarcan sus dientes excesivamente verdes cuando me sonríe. Por fin puedo adelantarlas. ¿Has visto que chico más amable?, alcanzo a oír mientras me alejo de ellas. Salgo, por fin, de la estela rancia que van dejando a su paso.

Respiro hondo. Elevo la mirada hacia los balcones engalanados con una iluminación  imposible, adquirida en el supermercado del barrio. Las ventanas resplandecen como pequeñas sucursales de casas de putas de carretera, y es que, claro, no me acordaba, es navidad. Lo confirman los cientos de papásnoeles que cuelgan de los balcones, como si estuvieran ahorcados. ¿Qué pensarán los niños ante semejantes hordas de santaclauses? Las ventanas compiten en mal gusto y la vulgaridad se adueña de la calle. Ahorra energía. Ja.

Los escaparates brillan más que nunca, ofreciendo lo de siempre, pero más caro que nunca, como siempre. Me detengo ante la joyería. El cristal está lleno de huellas de dedos que han señalado esos pendientes, ese colgante, esa sortija, ese deseo, esa frustración. Me gusta ese reloj. Lo compraré en rebajas. Si está. Junto a mí se ha parado una mujer joven con un niño que me mira intensamente mientras se hurga la nariz y se come los mocos. El niño. Me voy.

Paso frente a un bar triste. Un breve vistazo al interior me llena los ojos de gente sombría que no conversa. El camarero mira el fútbol en la TV. La luz mortecina de los fluorescentes y los adornos navideños horteras lo hacen más deprimente, si cabe. Huele a vino rancio y suelo mal lavado. Las tragaperras llaman a los parroquianos con sus luces de feria y sus cantos de sirena.

Pasa una moto sin silenciador. Un automovilista furioso toca el claxon sin parar, hay un coche en doble fila que le impide salir. Repiquetea un martillo neumático ¿a estas horas? A lo lejos se oye la sirena de una ambulancia. Los niños y los perros del parque gritan y ladran. En el cruce se ha formado un tapón y la pitada es colosal. Silent night, Holy night, All is calm, all is bright.

©texto JAVIER VALLS BORJA
diciembre 2004-mayo2006
©fotografía Landhlauts (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cumbres Borrascosas / Cumbres Blogrrascosas

Final feliz


¡Uf!, Barbra Streisand... ¡menudo coñazo! No la aguanto, y hay que ver el amor que le tienen en esta emisora. Mejor pongo un CD... A ver, mmmsssí, Grover Washington Jr. estará bien para empezar, a ver si me relajo y me voy metiendo en situación. Espero que después de todo no venga de los nervios, porque esta noche me apetece... mmmmm... Le he preparado una cena de caerse de espaldas, y eso que he salido del trabajo a escape, con la reunión y todo eso. Yo... no sé, parece que la gente no tenga familia, ni pareja, ni hobbies, ni distracciones, ni nada que no sea el trabajo. ¡Qué poca prisa, por Dios! ¡Ah! Y además he tenido que ir a su casa. Total, que se me ha hecho tardísimo, pero me he pasado por el cocedero de mariscos y en quince minutos ¡voilà!: dos hermosos bogavantes recién cocidos, ¡qué lástima, los pobres, tan vivitos que estaban!, media docena de ostras (para él, que a mí, la verdad...) y otros frutos de mar. He tenido un momento duda entre un blanco del Rhin con muy buena pinta y un albariño que ya nos ha proporcionado muy buenos momentos, así que he cogido los dos, que seguro que caen. ¡Ah! Y Häaghen Dazs. De chocolate, claro. Me han soplado una pasta, pero la ocasión lo merece.

Voy a darme una ducha rápida, lástima que no me dé tiempo para un buen baño con sales, pero todavía tengo que preparar la ensalada, poner la mesa, arreglar las flores, encender las velas, ponerme algo sexy... Menos mal que hoy ha venido la chica y la casa está reluciente. Quiero que esta sea una noche perfecta. Conversaremos de cosas agradables mientras cenamos sin prisas, y yo flirtearé como si acabáramos de conocernos, porque sé que eso le pone. Después tomaremos el helado con ese café hawaiano carísimo, porque, en una noche como esta ¿quién quiere dormir?

Sé a ciencia cierta que va a pasar un momento de apuro, intentando recordar si hoy es nuestro aniversario, mi cumpleaños, o cualquier otra fecha señalada. Yo haré mohines como si me doliera su olvido, que no es tal, porque hoy no es nada, sólo es hoy. Después le diré que todo esto viene a que tengo algo importante que decirle, y palidecerá, por supuesto, porque se imaginará películas relacionadas con el divorcio y todo eso de lo cual no quiere ni oír hablar... ¡Menuda sorpresa se llevará cuando le diga que ya no se ha de preocupar por eso, que es libre, porque esta misma tarde he quitado de en medio a su mujer!

©texto JAVIER VALLS BORJA
marzo 2005
©fotografía  Jaime Nicolau (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

sábado, 10 de diciembre de 2011

No woman, no cry




Desde lo alto de la bicicleta y el anonimato de sus gafas de sol graduadas, el abajo firmante divisa a dos chicas de aire triste, de aura triste, paseando, lentas, con un perrito feliz, contento por el mero hecho de poder hacer sus necesidades sin temor a reprimendas, con prisa por llegar a ninguna parte.

Una de ellas llora, y el abajo firmante supone, presume, aventura, sin tener ni un solo elemento de juicio para ello, que lo hace porque ha roto con su pareja; parece ese tipo de llanto, el tipo de llanto de una ruptura, el tipo de llanto de cuando le cuentas una ruptura a una amiga, ya sabes de qué hablo. Su tristeza parece inquebrantable y da pábulo a mil hipótesis; seguramente, ninguna de ellas acertada, pero no por ello menos interesantes.

Su amiga (el abajo firmante presupone, como tantas otras cosas, esa amistad) la escucha seria, solemne, sin decir una palabra, con cara de póquer. ¿Será pesar o será un decir qué-he-hecho-yo-para-merecer-esto? Puede que esté realmente afectada, o puede que no, marca la opción correcta.

El día es soleado, pero parece gris; otoño en primavera. Hasta el perrillo, un pequeño yorkshire, de los caros, tan pizpireto hasta ahora, ha dejado de tirar de la correa.

©texto JAVIER VALLS BORJA
mayo 2010
©fotografía vasagritarwow (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

lunes, 5 de diciembre de 2011

Mantra para dos voces desafinadas




—Cariño...
—¿Mmm...?
—¿Tú me ves gorda?
—Sí.
—¿Cómo que sí?
—¿Que sí, qué?
—¡Que me ves gorda!
—Sí, ya te lo he dicho ¿no? ¿o estoy viviendo un dejà vu?
—¡Qué dejà vu ni qué niño muerto! Tú ya no me quieres...
—Que sí mujer, que sí que te quiero.
—Entonces, ¿por qué me dices que estoy gorda?
—Porque me lo has preguntado.
—Pero podrías haber dicho que no lo estoy.
—Pero es que lo estás.
—¿Lo ves, como no me quieres?
—Bueno, pues no te quiero...
—¡Aghhh, encima eso!
—¿El qué?
—Que reconoces que no me quieres...
—Que sí, mujer, que sí que te quiero.
—¿Y por que has dicho que no me quieres?
—Por no discutir, cariño, por no discutir...
—Entonces... ¿me quieres?
—Que sí, tontina.
—Y me ves gorda?
—Sí.
—¿Cómo que sí?
—¿Que sí, qué?
—¡Que me ves gorda!
—Sí, ya te lo he dicho ¿no? ¿o estoy viviendo un dejà vu?
—¡Qué dejà vu ni qué niño muerto! Tú ya no me quieres...
—Que sí mujer, que sí que te quiero.
—Entonces, ¿por qué me dices que estoy gorda?
—Porque me lo has preguntado.
—Pero podrías haber dicho que no lo estoy.
—Pero es que lo estás.
—¿Lo ves, como no me quieres?
—Bueno, pues no te quiero...
—¡Aghhh, encima eso!
—¿El qué?
—Que reconoces que no me quieres...
—Que sí, mujer, que sí que te quiero.
—¿Y por que has dicho que no me quieres?
—Por no discutir, cariño, por no discutir...
—Entonces... ¿me quieres?
—Que sí, tontina.
—Y me ves gorda?

©texto JAVIER VALLS BORJA
diciembre 2011
©fotografía Rußen (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

jueves, 24 de noviembre de 2011

Hoy que termina septiembre





Hoy que termina septiembre me siento a esperar la vida, la necesito para poder morir. Morir, dulce verbo... Aunque, ¿acaso no era muerte mi existencia, mi paso por el mundo? ¿era vida este penar? ¿es vivir el arrastrar cargas tan pesadas como las cadenas que unen los barcos a sus anclas, o que los separan de ellas, este sentir el corazón aprisionado en una garra de uñas afiladas y ponzoñosas, ese tener la garganta siempre atenazada por un nudo de llanto y miedo... de angustia... de miedo y de llanto? ¿Es vivir morir, morir cada día un poco, y al otro un poco más, sin que llegue la muerte, clemente, dulce muerte, ansiada, anhelada, deseada muerte, a librarme de la muerte, de morir cada día un poco, y al siguiente un poco más?

Llueve, afuera...

Llueve, también, en mí. Llueve amargura, desesperanza, tristeza infinita… Llueve dolor.

Hoy que termina septiembre, me siento a esperar la vida, las manos cruzadas sobre el regazo, los ojos abiertos, mirando al fin al frente. Las manos húmedas, los ojos secos. Húmedas de sangre, secos de lágrimas. Unas manos que no volverán a temblar, unos ojos que no llorarán más. Nunca más. Y tampoco reirán. Porque yo, ¡quién me ha visto y quién me ve!, vanidosa y presumida, tan orgullosa, tan coqueta, tan soberbia como era, con la altivez que da la juventud, me encuentro ahora como el ciprés que se entrevé por la ventana, erguido y desafiante en días de sol, humillado, doblegado, vencido por millares de pequeñas gotas de agua.

Afuera llueve. No deja de llover.

Llueve adentro, llueve sin cesar.

Duele, la lluvia…, cae sobre mi ánimo herido como el alcohol sobre la carne viva, pero yo no siento el ardor, el fuego de la cura, sólo un frío de muerte que me hiela el alma y me paraliza el corazón.

Hoy que termina septiembre ha muerto mi muerte en vida. Ha muerto a manos mías, estas manos húmedas de sangre que yacen cruzadas, sin el más leve temblor, sobre mi regazo. Regazo inerte, estéril, yermo como mi existencia. Ese regazo que no pudo acunar jamás a ningún pequeño ser, carne de mi carne. Esa fue la primera paliza, la peor, la que me rompió como mujer y me dejó imposibilitada para lograr lo que más anhelaba, un pequeño ser, carne de mi carne. Ya ni siquiera recuerdo por qué fue, ni si fue por algo. Mentiras en el hospital, me han atacado, sí, eran dos hombres, querían violarme, me salvó mi marido. Como digas una sola palabra te mato, hijaputa, me decía con los ojos mientras su voz sonaba atormentada en la sala de urgencias, en la comisaría, ante la familia... sí, lograron escapar, si los llego a coger, me pierdo...

Mi pequeño ser, carne de mi carne, mi vida, vida mía, mi bebé, mi pequeño ser…

Lamentamos comunicarle que ha perdido el hijo que estaba esperando. No podrá tener más hijos. Lo sentimos mucho. Ahora duerma un poco.

¡Aaaaaaaahhhhhhhhh! Mi pequeño ser, carne de mi carne, el dolor más grande...

Maldita sea tu calaña, aborrezco tu estirpe, eres simiente de maldad, mala simiente... De haber nacido aquel nonato, de haber vivido ese hijo de mis entrañas engendrado por quien le mató, por quien yo he matado, ¿abominaría, renegaría de él por llevar tu sangre, como abomino, reniego de ti, su padre, su verdugo?

Mala persona, mal hombre. No persona. No hombre. Sólo malo. Malo.

Malo…

No sólo mataste a mi hijo. No sólo me mataste a mí. El primero fue aquel hombre que yo amaba. Aquel joven moreno. Aquel moreno joven. Aquel joven que me hacía volar en un vals. Aquel joven que me susurraba al oído cosas jamás imaginadas, en un fox apretado, íntimo, sensual. Aquel moreno que me enardecía en un tango, que me hacía morir de deseo con sus palabras musitadas que casi eran sólo aire y me hacía perder la cabeza con caricias susurradas con sus manos, con su aroma a hierba fresca que me envolvía toda, y musitaba palabras y susurraba caricias y me hacía morir de deseo con palabras musitadas que casi eran sólo aire.

Afuera sigue lloviendo como triste proclama del otoño, inminente, triste otoño...

Hoy que termina septiembre lloro a mis muertos. A mi hijo, que no lo fue. A mi padre, que murió de pena. A mí. Y a él. No a éste que yace a mis pies, ahora, sino a quien él mató, a mi amor, el más bello de los hombres, el que me hacía sentir la más hermosa de las mujeres. Se devoró a sí mismo. Fue su propio cáncer. Y el mío.

La nariz rota, una brecha en la frente, un derrame en un ojo, el labio partido, una costilla fracturada, un desgarro en la vagina... Siempre había algún motivo para acudir con frecuencia a urgencias. ¿Quiere poner una denuncia? No, no, por Dios; me he dado con una puerta; soy muy torpe. Y hacía como que se me caía algo al suelo para poder decir ¿Lo ve? ¿Y el desgarro en la vagina? Me he dado con una puerta. ¿Y el mechón de pelo que le falta? Me he dado con una puerta.

Gafas de sol cada vez más grandes, más oscuras, incluso por la noche, murmurando algo sobre una conjuntivitis cuando se me preguntaba... una habilidad asombrosa para ocultar señales con el peinado, con el maquillaje, con la sonrisa, mangas largas en verano...

Después me suplicabas misericordia, todo lo hacías por mi bien, por nuestro bien, y si me resistía a perdonar me llamabas loca, decías que te provocaba, pero que tú me querías y por eso hacías lo que hacías, lo que yo te obligaba a hacer. Al final, ¡cómo no!, era yo quien acababa pidiendo tu clemencia.

Hoy me quieres, mañana me odias.

Cuando me odiabas, yo quería quererte para que me volvieras a amar como antes y, si me sentía ansiosa o deprimida, se me olvidaba todo si tú estabas de buenas. Pero a veces, solo con verte la cara, ya me echaba a temblar, el deseo se convertía en pánico y mi sonrisa en una pávida mueca. Cuando más necesitaba tu protección, más me atacabas, más te cebabas en mi debilidad. Pusiste todo a tu nombre, me espiabas, criticabas todo lo que yo hacía, empezaste a humillarme en público… Yo firmaba todo, acataba todo, disculpaba todo…

Dejé de trabajar, de salir, de vivir…

Pensé dejarte, pero me aterraba la idea de la soledad, de la mía y de la tuya. Tú jurabas que si te abandonaba me matarías, que nunca sería de nadie más porque era tuya, cuando yo no quería ser de ningún otro, porque me sentía tuya. Te creía un dios y te idolatraba y tú eras mi dueño altivo, orgulloso, seguro de ti mismo, poseedor de mi voluntad. Mi amo.

Tú llevabas las riendas de mi vida, pero las mantenías tan tirantes que no me dejabas respirar. Y yo me ahogaba. Me ahogaba de amor hacia ti, y me asfixiaba tu odio irracional. Me heriste profundamente, más con tu desprecio que con los golpes y, hoy que termina septiembre, al fin, como un caballo desbocado, he perdido el control, he pasado por encima de ti, te he pisoteado con toda la fuerza que me ha dado el dolor, y te he matado. ¿Debería hendir mi corazón con este cuchillo que ha atravesado el tuyo? ¿Para qué, si ya he muerto contigo?

En la riqueza y en la pobreza, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe… Fue la vida la que nos separó, la que acabó con mi juventud, mi alegría, mi frescura… con mis ganas de vivir, con mi condición de mujer, con mi condición de madre, con mi condición de persona… En la pobreza y en la pobreza, en lo malo y en lo malo, en la enfermedad y en la enfermedad, hasta que la vida nos separe, por los siglos de los siglos.

Amén.

Tú eras el prestidigitador, el maestro del engaño, y yo la comparsa que se deja clavar espadas y cortar en pedazos para que todo el mundo le aplauda a él. Eras simpático, encantador, siempre el alma de la fiesta. Los hombres buscaban tu compañía, las mujeres me envidiaban, todo el mundo te quería, a todos caías bien, hasta que te conocían un poco mejor. Incluso tu familia te fue abandonando poco a poco, dejándome cada vez más sola frente a ti.
¿Qué hay en tu vida pasada, qué había dentro de ti que te hacía ser como eras? Perdiste a tus amigos, bebías hasta perder el control, te echaron del trabajo, y de todo me culpabas a mí, y yo llegué a sentirme tan culpable que acaricié la idea de mi propia muerte, pero me eché atrás pensando qué sería de ti sin nadie que te cuidara.

Aguanta, hija, me decía mi madre, sé fuerte, que tu padre no note nada, los hombres pasan por malas rachas, y nuestro deber es llevar la cruz. Los trapos sucios se lavan en casa, tú guarda las apariencias, si no ¿qué dirá la gente?

Qué dirá la gente… Esa misma gente que sabía y callaba, que mañana me dará el pésame y me ofrecerá su ayuda incondicional, esa ayuda que nadie me ofreció cuando tanto la necesitaba… Esa gente hipócrita, acomodaticia, esa gente con anteojeras que no ve más que lo que quiere ver, esa gente que piensa menos mal que no me ha tocado a mí…

Que no se entere la gente, que no se entere mi padre, que no se entere nadie.

Pero mi padre presentía mi dolor, que hizo suyo, y se empapó de una profunda tristeza que no le abandonó ni en el momento de la muerte, no he sido un buen padre, hija mía, no he sabido defenderte. Merecías un marido mejor. Merecías un padre mejor. Soy viejo y soy cobarde, y ahora me estoy muriendo de cobardía y de vergüenza. Y de pena por ti. Ten coraje, pobre hija, y haz tú lo que yo no tuve el valor de hacer. Mi deshonor será eterno. Mi aflicción, también.

No deja de llover una lluvia gris y melancólica, triste y mustia, melancólica y gris.

Afuera no deja de llover.

¿Por qué no le dejas? Déjalo. Deberías dejarlo. Manda a la mierda al hijo de puta ese, me decían mis amigas, que adivinaban más que sabían por mí. ¿Y cómo le iba a dejar, si era el hombre de mi vida, el único hombre sobre la tierra, por más que el infierno de los celos lo consumiera? Aguanté insultos y golpes, desprecios y sospechas, ultrajes, humillaciones y burlas por amor, por amor y por temor, por amor y por pánico, por amor, por amor, por amor, por terror... por amor... y por el valor que me infundía el miedo a perderlo.

Si me vestía bien era una buscona, si no, una pordiosera indigna de ser su mujer. Si gastaba mucho era manirrota, si no, una avara que atesoraba su dinero para poder escapar de él. Bajaba los ojos cuando me decía que era tonta y que me callase porque no sabía de qué hablaba, y cada vez me sentía más y más nadie, menos yo, más y más nada, más y más nadie. En mi garganta se agolpaban las súplicas de perdón por algo que no había hecho, pero él decía que sí, y yo acababa creyéndolo. Y cuando era él quien me pedía perdón, yo le perdonaba, y yo intentaba que todo fuese como antes, como antes de la primera amenaza, de la primera vejación, de la primera bofetada... y quería otro primer beso, y otro primer baile, y otra primera vez...

Y le preparaba sus comidas preferidas, y limpiaba la casa, y en la cama me comportaba como una puta, como a él le gustaba, y hubiera hecho cuanto me pidiera... todo, con tal de complacerle. Yo le pertenecía, porque yo lo quería y porque él lo creía. Creía ser mi dueño por derecho natural, cuando ya lo era porque yo así lo deseaba. Él lo era todo para mí, y ahora está muerto, y afuera llueve... y yo me quiero morir, pero no de la misma manera que me quería morir antes, sino de la manera que me quiero morir ahora. Quiero morir y quiero vivir. Vivir porque soy libre, morir porque lo soy.

Llueve. Llueve y no hay arco iris, ni un rayo de sol, ni apenas luz. Sólo llueve. Y yo reniego de Dios, y le culpo de todo. Y llueve, y yo reniego de Dios, y no deja de llover...

Pero, hoy que termina septiembre, miro atrás, muy atrás, y pienso que quizás fue todo por mi culpa ¿Qué yo podría haberlo evitado? ¿Cómo? A él le cegaba la ira. A mí me cegaba el amor y me paralizaba el miedo. ¿Qué podía hacer yo? Ante el hecho de haber sido desgraciada y haberle matado por ello, sólo había tenido una alternativa, ya caduca, que era haberle matado y ser una desgraciada por eso. Al fin, han ocurrido ambas cosas.

Nunca tuve elección. Él era mi sino, mi destino fatal. Él fue mi amargura tras haber sido mi gozo. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fue lo que pasó con él? ¿Por qué cambió, trasmutando de ángel a demonio? Éramos felices. Nos queríamos. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fue lo que pasó con él?

Hoy que termina septiembre desearía poder devolverle la vida, para volvérsela a quitar. Quitársela cuando todavía era aquel hombre bello, bueno, deseable, deseado, gozado... Quitársela antes de que pudiera hacer todo el mal que hizo. ¡Cuán distinto hubiera sido mi recuerdo de él! Yo habría sido una Dolorosa, rota por el dolor de la pérdida, con siete puñales clavados en el corazón. Él hubiera sido un ídolo cuyo recuerdo yo veneraría hasta el fin de mis días y más allá. En cambio he sido su víctima y, al fin, su ejecutora. Soy su viuda sin lágrimas, sin remordimientos, sin dolor por haberle matado...

Su viuda...

La muerte parece sentarle bien. Ha desaparecido de su rostro ese rictus de desprecio y amargura, y afloran los rasgos de aquel moreno joven que tanto me quiso, y al que tanto amé. Al que tanto amo. Al que siempre amaré. ¡Qué guapo estaba con aquella camisa blanca que le regalé en el viaje de novios! ¡Qué guapo estaba sin ella!

Hoy que termina septiembre empieza mi vida sin ti, que eras mi vida. ¿Qué será de mí?

Llueve afuera. Las gotas de agua se unen y resbalan por el cristal, como si fueran lágrimas... lágrimas por él... lágrimas por mí... lágrimas, sólo lágrimas, siempre lágrimas...


©texto JAVIER VALLS BORJA
enero de 2006

©fotografía Osvaldo Gon (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

martes, 22 de noviembre de 2011

Tempus fugit





—¡El siguiente! Buenos días, ¿qué desea?

—Hola, buenos días. Pues mire, le parecerá a usted extraño, e incluso inadecuado, pero yo he venido a cometer, o perpetrar, si así lo prefiere, un atraco. No sé qué me ocurre hoy, pero ya me he despertado con esa idea, y cuando a mí se me pone algo entre ceja y ceja, no hay quien me haga desistir del empeño.

—¡Huy! ¿Y eso? ¿Es que padece usted algún trastorno obsesivo compulsivo? O... ¿qué sé yo?..., ¿de capítulos de manía, quizás? ¿O simplemente es fruto de una mala noche? Porque si se trata de esto, he de decirle que la valeriana obra milagros, oiga. Verá, mi suegra...

—No, no. Nada de eso. De lo único que sufro a veces es de flato ¡que es de molesto...!, Sobre todo para los demás, claro.

—Pues se me va a tomar usted, después de cada comida, sin falta, esto que le anoto. Ha de dejar en infusión una pizca de lavanda, otra de poleo, y otra de albahaca campesina, junto a unos granitos de hinojo, ya sabe..., unos anises, y se lo bebe sin endulzar, que parece que lo amargo cure más ¿no cree?

—Muchísimas gracias; lo probaré, y ya le contaré el resultado. Si funciona, estoy seguro de que mis vecinos le quedarán eternamente agradecidos, porque cuando nos juntamos en el ascensor... ¡Bueno!, pero ahora quisiera...

—¡Ahí va! Es verdad. El atraco. Discúlpeme, pero se me había ido completamente de la cabeza... Siga usted, siga...

—Ante todo, no quisiera que creyera usted que me mueve el ánimo de lucro.

En absoluto. Dios me libre.

—Lo que me mueve a dar este paso es el ansia de refinamiento que siempre me ha acompañado, y al cual no he podido acceder por falta de, seamos sinceros, liquidez. Pero una vez resuelta esta cuestión, ¿qué me impedirá satisfacer las exigencias de mi exquisito buen gusto, acceder a las cosas con apellidos, y, en definitiva, vivir como un maharajá, rodeado de lujos asiáticos?

—¡Ah! Sí; la Dolce Vita, mmm... Pero se me escapa lo de las cosas con apellidos...

—Sí, hombre; con apellido... Cosas como Perfume Francés, Zapatos Italianos, Jamón Ibérico, Café de Jamaica, Cuenta en Suiza...

—¡Ah! Ya capto la idea, pero me temo que le tengo que hacer una pequeña corrección. Querrá usted decir apellidos nobles, porque si a ello vamos, “de patata”, también es el apellido de “tortilla”, y si no fuese porque el autor quiere que éste sea un texto biensonante, también le diría que “en el culo” es el apellido de “grano”.

—Mmm..., tiene usted toda la razón. ¡Si es que con interlocutores así da gusto atracar!

—¡Bah! No tiene importancia..., uno, que es detallista... Por cierto, espere un momento, que voy a ir abriendo la caja fuerte. Como ahora las hacen con apertura retardada, pues eso, que mientras charlamos...

—Está usted en todo. Hay que ver, ¡qué eficiencia!, ¡qué celo! Lo dicho, vale usted todo lo que pesa, que no es poco, ciertamente.

—Y eso que estoy a biomanán, oiga, aunque con esta vida tan sedentaria y aburrida, ya se sabe... Pero, por favor, volvamos al fascinante tema que nos ocupa, que para una vez que le ocurre a uno algo emocionante...

—Eso, centrémonos en el asunto. Llegados a este punto, he de decirle que me empieza a caer muy bien, por lo que no quisiera que me tomara por un vulgar ratero sin escrúpulos, y deseo que sepa que he tenido que vencer muchas dudas antes de dar este paso.

—Sí, la ética... me hago cargo.

—¡Huy! No, nada de eso. Creo que me supravalora usted, y se lo agradezco en lo que vale, pero eran dudas de una índole más bien prosaica. Me explico: resulta que hoy es un día de esos de “¿Y ahora, qué me pongo?” Porque para mí, la indumentaria es muy importante. Ya se sabe que vivimos en la era de la imagen. Éste es mi primer atraco, y no quería ir demasiado peripuesto, ni parecer excesivamente informal.

—Le entiendo; la cara es el espejo del alma.

—Al fin me he decidido por este atuendo de sport urbano, un tanto casual, ¿qué le parece?

—Muy acertado, la verdad, y he de confesarle que el tono del polo resalta extraordinariamente el color de sus ojos.

—Muchísimas gracias; es usted muy amable ¿Sabe una cosa? Me resulta muy grato hablar con usted; me recuerda tanto a mi abuela..., excepción hecha de ese magnífico mostacho que luce, claro.

—Ahora es usted quien me halaga. El bigote es cosa de familia. También mi madre estaba muy orgullosa del suyo... Volviendo al tema del atavío, admito que es usted el caco más elegante que ha paseado su palmito por esta humilde sucursal, y si no se lo digo, reviento.

Mientras no me salpique, le quedaré eternamente agradecido por esas palabras, y bese usted los pies a su señora de mi parte, pero no crea que acababan ahí los problemas de atrezzo, no... Después venía el dilema del tocado, porque, a ver, ¿qué se pone uno en la cabeza para ir de atraco? Y no es que haya muchas opciones, que digamos: ¿Un pasamontañas? Demasiado calor. ¿Una media? Deforma las facciones. ¿Una máscara de Ronald Reagan? Muy “demodé”. ¿Un disfraz de Santa Claus? ¿En agosto? Y entonces, ¡Oh, inspiración!, recordé aquella sentencia de Nietzsche: “Hablar mucho de sí mismo es también un medio de ocultarse”. Así que decidí hablar y venir a cara descubierta.

—Y bien alta, oiga.

—Después, el modus operandi: más dudas, incertidumbre, indecisión y titubeos. ¡Usted dirá! ¿Armas? Soy no violento. ¿Gritos, zarandeos, empujones y amenazas? Toda la vida en colegio de pago, eso pesa. ¿Rehenes? No, por Dios, no son nada prácticos; cuando no tienen pis, tienen pos, o se ponen a dar a luz. Además, yo soy de la opinión que todo se puede arreglar con educación, urbanidad y buenos modales, como estamos poniendo de manifiesto ahora mismo, porque no todo depende solamente de la iniciativa del atracando; también cuenta, y mucho, la buena disposición y receptividad del atracado. ¿Está conmigo?

—Totalmente. Sepa usted que me tiene al borde de las lágrimas, pues su sensibilidad hace mella en la mía y siento que se me pone en la garganta un nudo de tal magnitud que siento hasta retortijones de la emoción. ¡Mire! Ya se abre la caja fuerte. Bueno, vamos a ver ¿dónde metemos el dinero? ¿Ha traído usted maletas, cajas, sacos o algo...?

—¡Huy! Pues no. Preocupado como estaba por el “look”, se me ha ido el santo al cielo en ese aspecto.

—Bueno, yo le puedo dar la bolsa del bocadillo, mas le advierto que, aparte de que hoy es de revuelto de ajetes y huele que alimenta, no le va a caber casi nada, porque tenemos la caja a reventar.

—Oh, mon Dieu! Creo que debería haber visto más películas de gánsteres y hampones, pues me veo un poco “verde”. ¿Qué me aconseja usted, que debe tener mucha más experiencia que yo en esto del latrocinio?

—Pues como no quiera que se lo mandemos por Seur...

—Ahora que lo pienso, ¿no me había dicho que estaba a biomanán?

—Sí; lo tomo de postre. Uno después de cada comida, y no hay manera, oiga.

—Pues vaya fastidio... ¡Ah! ¡Ya está! ¡Lo tengo! ¡Eureka! ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes? Ábrame una cuenta, y me lo ingresa todo en ella. Así, el dinero sigue estando en el banco, y usted gana un cliente, ¿hace?

—Oh, là, là! (Yo también estudié francés en el colegio, que lo sepa) C’est fantastique! Superbe! (¿lo ve?). No sólo es usted un atracador modélico, sino que además es un genio de las finanzas. Una operación limpia, completamente transparente, y encima obtenemos una cuenta multimillonaria. Al director le va a dar algo, se lo aseguro.

—Pero he de decirle, en honor a la verdad, que a la hora de hacerme cliente suyo he tenido muy en cuenta la calidad del servicio y el trato personalizado.

—Me honra profundamente; siempre guardaré un grato recuerdo de este día.

También yo, aunque no será como lo tenía previsto. Verá, usted sabe que todos los grandes momentos de la vida se han de recordar con una gloriosa banda sonora de fondo (yo había pensado en algo solemne, pero sencillo, como el “Valse Triste” de Sibelius), pero en todo el rato que estoy aquí no he cesado de oír el repiqueteo de ese martillo neumático que hay ahí afuera...

—Pues sí, ya hace unos días que no paran de jorobar, con perdón por lo de paran... Ayer, precisamente, me preguntaba yo si no estarían haciendo un butrón para atracar el banco.

—Pues imagínese la cara que se les quedaría al ver que ya estaba atracado, ¡ja, ja, ja...!

—¡Sí! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué bueno! ¡Ja, ja, ja...! Ahhh...

—¡Huy! ¡Pero si es tardísimo! Me temo que ha llegado el amargo momento de la despedida, pero no le voy a decir adiós (¡no podría!), sino Au revoir, mon cher ami!

—¡Cuánto lo siento! Debería ser como dice la canción: “Relooooj, no marques las hoooras...”

Tempus Fugit, amigo mío.

—Sí, rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa. ¡El siguiente! Buenos días, ¿qué desea?



© del texto JAVIER VALLS BORJA
octubre 2000



©fotografía  pablosanz (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Anuncios por palabras_005



Escritora de novela romántica, con poca experiencia en el amor, busca pasión desenfrenada para documentarse.

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Noviembre~ (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

martes, 15 de noviembre de 2011

Estación término



Caen las hojas, una, dos, diez, una vida, la mía. Mi último otoño, la estación más bella, amarilla, roja, lluvia... No existe el verde, verde insultante de los brotes, los renuevos, la vida. Caen las hojas y la morfina es insuficiente remedio para el mayor de los males. Humo. Viento. Viento que arrastra las hojas que caen arrastradas por el viento incapaz de arrastrar la muerte que se está llevando mi vida, esta vida que voy arrastrando porque no es vida ni muerte, solo otoño, la estación más bella. Sin esperanza. Sin resignación. Solo rabia. Otra hoja. Otoño. Estación. Estación término.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía idlphoto (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

lunes, 7 de noviembre de 2011

Camino Soria



—Buenos días, señor lugareño, si me permite que le llame así ¿Sería usted tan amable de decirme si voy bien para Soria?

—Buenos días, señor. Sí.

—¿Sí, que? ¿Voy bien?

—No... Bueno, sí... Quiero decir que sí que le permito que me llame señor lugareño, puesto que eso es lo que soy, o mejor dicho, de lo que ejerzo. Como usted sabrá, todos tenemos un papel que representar en este mundo de tránsito, y a mí me ha tocado en suerte el de pastor. Pero es bonito, no crea; las ovejas saben escuchar y son una buena compañía; el paisaje, aquí junto al río, es inmejorable, y el trabajo deja mucho tiempo libre para leer a Proust y meditar sobre el tiempo perdido, valga la redundancia. Lo único que me carga un poco ¿sabe usted? es el tener siempre de fondo “La Primavera” de Vivaldi. Yo creo que un poco de “new age” no estaría mal, para variar, y no le quitaría ni un ápice de bucólica serenidad a esta pastoril escena que a usted le ha sido dado contemplar.

—Ah... ¿y, en cuanto a lo de Soria, que me dice?

—Ajá, Soria... Podría hablarle largo y tendido sobre Soria... su situación geográfica, su clima, su historia... Soria, sí... En lo que ando un poco más pez es en lo de su demografía, y es que a mí, las estadísticas...

—Pero no..., verá... Yo, lo que quiero saber, es si voy bien para Soria.

—¡Huy!, pues, siendo así, me pone usted en un brete. Teniendo en cuenta que no hemos sido presentados, me resulta un tanto violento el tener que responder a esa pregunta. No obstante, lo haré. Si nota una cierta crudeza en mi respuesta, no lo tome como algo personal, ya que, como le he dicho hace tres o cuatro líneas, no nos conocemos. Bueno, allá voy: No, no va usted bien para Soria... el traje de Armani está bien, pero la corbata de Ágata Ruiz de la Prada dice muy poco en favor de su buen gusto, y no me venga ahora con aquello de que es divertida... Por otra parte, el hatillo hecho con el pañuelo de Hermés me parece excesivamente llamativo ¡Hombre, por Dios! Si Machado levantase la cabeza... Soria requiere algo más sobrio.

—Discúlpeme, señor lugareño, pero he de hacerle notar que ha incurrido usted en un error, que no es otro que el de creer que le estoy preguntando por mi atuendo, cuando lo único que yo pretendo es saber si llevo la dirección correcta para llegar a Soria... Aunque si hemos de tocar el tema de la indumentaria...

—Ah, ya veo que ha reparado usted en las preciosas mallas de piel de leopardo que ciñen mis miembros inferiores ¿no cree que se integran muy bien en el paisaje? Yo así lo creo. Por supuesto, son falsas, de nylon; yo soy ecologista hasta la médula, aunque no estoy muy seguro de que durante su fabricación no se haya contaminado algún hábitat y puesto en peligro de extinción a diversas especies animales y vegetales. Bueno... y, en otro orden de cosas ¿qué le trae a usted por aquí?

—Pues, como podrá adivinar por el polvoriento y gastado aspecto de mis zapatos, lo que me ha traído hasta aquí han sido mis propios pies, paso a paso. Soy peregrino a ningún lugar, pero, como le decía antes, preciso pasar por Soria por un asunto que, sin ser íntimo, no me apetece contarle a usted.

—Mmmm... pillín... cherchez la femme...

—No, no. Se equivoca de nuevo. No se trata de una mujer, aunque es bien sabido que tiran más dos tetas que dos carretas. El objetivo de mi viaje permanece oscuro incluso para mí. Hace poco recibí un e-mail que decía: “ven a Soria”, y en ello estoy, yendo a Soria, pero no sé si voy por buen camino.

—¡Ay! amigo peregrino, hay tantos como usted... Almas descarriadas, sin rumbo, que aceleran el caos cósmico al que, inevitablemente, nos dirigimos, lo cual me recuerda que es la hora del almuerzo. Siéntese conmigo, y comparta la frugalidad de mi mesa.

—Oh, no me gustaría abusar de su hospitalidad, aunque la verdad sea dicha, tengo un hambre de lobo.

—Ssshh... No pronuncie la palabra L-O-B-O delante de las ovejas. Son muy sensibles y se asustan con facilidad, lo que trae como consecuencia una descomposición de cuerpo que les dura varios días, pobrecillas.

—Le ruego que perdone mi necedad, no sentía lo que dije; disculpadme, bestezuelas... Bueno, y... si no es mucho preguntar ¿qué hay de comer?

—Pues, la verdad, no lo sé. Me preparo yo mismo la comida, pero luego intento olvidar lo que he puesto. Esto requiere un gran dominio mental, pero la recompensa vale la pena, cuando abro el maletín y, sorprendido, veo ante mí los platos que más me gustan. Si, ya veo que mira usted con extrañeza el maletín de ejecutivo que utilizo de morral, pero es que me tocó en un sorteo del banco, y como ya tenía el zurrón para cambiar... Veamos, hoy tenemos huevos de codorniz escalfados al aroma de clavo con cáscaras de naranjas amargas confitadas... mmm...  maravilloso contraste de sabores. Como segundo puedo ofrecerle unas hojas de col rellenas de arroz salvaje y bañadas en una suave bechamel al perfume de cardamomo, y como postre unos exquisitos dátiles al horno rellenos de mousse de yogur, todo ello regado con un maravilloso cabernet sauvignon que mantengo fresco en esa poza que ve ahí. Habrá advertido usted lo espartano del menú. Quizás esperaba huevos fritos con chorizo, pero he de confesarle que ante la avalancha de nuevas enfermedades que nos invade, tiempo ha que decidí convertirme en ovo-lacto-vegetariano. Antiguamente, la gente se moría de repente, de vieja o de consunción, pero hoy en día, si no te matan de un infarto el colesterol y los triglicéridos, te matan en atentado terrorista. En fin, que no somos nadie... Qué ¿hace?

—Naturalmente. No puedo rechazar tan generoso ofrecimiento, pero me va a permitir usted que contribuya al ágape decorando la mesa con este maravilloso candelabro de plata que llevo en mi hatillo.

—No faltaba más... Precisamente tengo aquí unas velas delicadamente perfumadas que serán el complemento ideal. ¡Que aproveche! Bien, y... ¿hacia donde se dirige usted?

—A Soria.

—Ah... la Soria de Machado... “Es la tierra de Soria árida y fría...”

©texto JAVIER VALLS BORJA
octubre 2000
©fotografía  niwasan (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons


Aquí podéis ver esta entrada en el blog de mi amiga Sofía Serra Giráldez, ilustrado con una de sus magníficas fotografías

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cuando la arruga no es bella




Un automóvil que, de tan viejo, hace creer en los milagros. Una anciana de pelo azul que se apea y, apoyándose en él con una mano, la otra en un bastón, lo rodea hasta llegar al otro lado, en un lapso de tiempo que parece inacabable. Abre la puerta y ayuda a bajar a otra mujer, infinitamente vieja, que debe ser su madre, su hermana, tal vez su hija: se parecen en el azul de sus cabellos, en la profundidad de sus arrugas, en la curva indigna de sus espaldas que les impide mirar al frente...

La sujeta cariñosamente y la conduce, desafiando a la gravedad y a las leyes del equilibrio, hasta la verja de una casa que está pidiendo a gritos una cuadrilla de albañiles, de jardineros, de pintores..., pero ellas parecen no oírlos, y avanzan, a duras penas, por el camino de entrada cubierto de hierbas.

El abajo firmante las mira con ternura, y piensa en él mismo cuando sea viejo, si es que algún día llega a ser tan viejo como esas mujeres, como ese coche, como esa casa...

Las dos mujeres se pierden de vista entre los arbustos que un día fueron hermosos.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía macfacizar (fuente flickr), publicada pajo una licencia Creative Commons

domingo, 30 de octubre de 2011

Anuncios por palabras_004



Cambio fórmula original de la Coca-Cola por una pizca de talento.

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Remo- (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

jueves, 27 de octubre de 2011

Breves_001



Vende la guitarra por no saber tocarla, y su mujer le abandona por el mismo motivo.

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Mike Licht, NotionsCapital.com (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

miércoles, 26 de octubre de 2011

Anuncios por palabras_003



Señora viuda y respetable se ofrece para dejar de serlo.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía (Lolita)·8 (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons


martes, 25 de octubre de 2011

Fiat voluntas tua




—Cuidado con lo que deseas, porque puede que se cumpla...

Me mordí la lengua y no repliqué; a esas alturas ya había tenido ocasión de comprobar que sus sentencias, tarde o temprano, acababan ejecutándose. Pensé en dar la vuelta a mi costumbre de cuestionar sistemáticamente todo aquello que profetizaba e intentar ver el lado bueno, si es que lo tenía. Yo deseaba su muerte y, según su pronóstico, ése era un deseo que podría ver realizado.

—Hágase tu voluntad— le respondí

Así pues, lo maté, y vi cumplido mi deseo.

Tuvo razón, como siempre.

©texto y fotografía JAVIER VALLS BORJA
octubre 2011

lunes, 24 de octubre de 2011

Amigas_001




—¿Qué tal me queda?
—Mmm... no sé, tía... Te hace culo.
—Si dices eso, es seguro que me queda perfecto.
—¿Y por qué te lo habría de decir?
—Porque eres una envidiosa.
—¿Envidia, yo? ¿De tu culo gordo?
—Gorda tú.
—Bueno, pues si quieres que te diga que te queda bien, te lo digo. Te queda bien.
—¿Sí? ¿No crees que me hace culo?
—¡Qué va! Estás monísima...
—¿Seguro? No me lo dirás para que vaya haciendo el ridículo...
—Tía, tú estás tonta.
—Y tú, gorda.
—Mira, haz lo que quieras.
—Me lo quedo.
—…
—¿No dices nada?
—…
—Mira que, si no me queda bien y no me lo dices, me vengaré.
—¿Ah, si?
—Sí, y sabes que puedo, que yo cojo y le digo a tu novio que lo que él cree una rozadura es un chupetón que te hicieron en la despedida de tu hermana.
—No serías capaz.
—Ponme a prueba... Bueno, ¿qué? ¿Me lo quedo?
—Si no te lo quedas tú, me lo quedo yo.
—Entonces me lo quedo.
—¿Me lo dejarás?
—No.
—Te hace culo.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Toni Verd (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

jueves, 20 de octubre de 2011

Reflexiones de un maduro inmaduro. Reflexión nº 1




Nunca he ido de putas. Como lo oyes. Y me pesa, tú, en serio. Pero no es que me pese por el hecho en sí mismo, que también, sino por las calamitosas consecuencias sociales que este pudiera tener. Para mí. De saberse, claro. Naturalmente, ése es un tema que no se puede comentar en el vestuario, ni en el bar, ni en el trabajo, ni con tu cuñado.

Creo que hasta mi madre, tan puritana ella, tan observadora de las costumbres ancestrales, tan mantenedora de la tradición, ella, se escandalizaría. De saberlo, claro.

Y si vivieran mi padre y mi abuelo, ya, ni te cuento. Él (mi abuelo) fue quien llevó a mi padre a su primera cita, igual que hizo mi bisabuelo con él (con mi abuelo), y así, hasta tiempos inmemoriales en los que Eva —en una retorcida fantasía erótica— tendría que hacer de puta para que Adán le pudiera ser infiel. Conmigo no pudieron hacer el paripé iniciático, porque mi infancia y mi adolescencia fueron bastante enfermizas. Guardé mucha cama, pero en soledad, con la única compañía de la radio, eso sí: Elena Francis, zarzuela, el parte...

Y no es que no tuviera visiones y delirios durante esas horas de cama solitaria, que sí, pero son de tal naturaleza que tampoco se pueden comentar en el vestuario, ni en el bar, ni en el trabajo, ni con tu cuñado.

Cuando tu infancia es solitaria, tu adolescencia es desastrosa, siempre vas a remolque de los demás, nunca llegas. Después, de adulto, aprendes el arte del disimulo, pero sigues yendo con el reloj atrasado, con lo cual no son solo las putas ,sino el primer cigarro, la primera borrachera, el primer polvo, aunque después te des cuenta de que el primer cigarro, la primera borrachera y el primer polvo son una auténtica mierda. Pero claro, estas cosas solo se pueden decir aquí; jamás en el vestuario, ni en el bar, ni en el trabajo, ni a tu cuñado.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía bonacheladas (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

lunes, 17 de octubre de 2011

Anuncios por palabras 002



Regalo vestido de novia, a estrenar, talla 38, precioso, a quien le rompa las piernas a mi exnovio. Añado zapatos de raso del 39 y cristalería de Bohemia, si además le corta los huevos.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Irekia (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

viernes, 14 de octubre de 2011

Dos en la carretera




—Conduces como una tía.
—¡Soy una tía!
—Se nota.
—¿En qué?
—En la manera de conducir.
—Pues tú siempre te estás tocando el paquete, que lo sepas.
—A veces me lo tocas tú.
—¡Serás cerdo! La próxima vez te lo va a tocar tu madre.
—¿Sabes? Mi madre y tú tenéis muchas cosas en común.
—¿Como cuál, listillo?
—Como la forma de conducir
—¡Huy, qué gracioso! Pues espero que sea lo único. Además, si tú no hubieras bebido no tendría que conducir yo.
—¿Cómo que lo único? ¿Qué quieres decir? No te metas con mi madre, o...
—¿O qué? Te recuerdo que el primero que se ha metido con ella has sido tú.
—Es mi madre.
—Claro, por eso la puedes tratar como a un trapo...
—Lo hago con cariño.
—Claro, claro... Pues te pido por favor que a mí no me quieras tanto.
—Pero si yo te quiero mucho, amorcito...
—¡Que no me llames amorcito! Además, no sé por qué la defiendo, con la manía que me tiene.
—¿Manía, mi madre?
—Sí, manía, tu madre. No me puede ni ver.
—Si no tiene motivos; no te conoce.
—Pues eso.
—Tía, estás imposible ¿no estarás ovulando?
—Estoy como me da la gana.
—Lo que decía, ovulando.
—Que te den
—¡Joder, cada vez te pareces más a tu amiga Esther!
—¿Ahora le toca a ella, don Sabihondo?
—Es que siempre está de mala leche, no me digas que no.
—Lo que pasa es que es muy crítica y los hombres no la entendéis.
—Claro, como somos tontitos... ¡Crítica! Lo que le pasa es que es una arpía. ¡Pobre Miguel!
—¿Por qué, pobre Miguel?
—Pues porque es un calzonazos.
—¿Qué dices, tío?
—Digo que Esther es una bruja y que Miguel es un blando.
—¿Blando, Miguel? Pero si está como un queso, tan fibradito...
—Sí, como un queso de untar; blando, blando...
—Me encanta el queso fundido.
—¿Ah, sí? Ya se lo comento a Esther, si eso, a ver qué opina cuando se entere de que te gustaría comerte su queso.
—No seas borde que, con lo posesiva que es, igual le pone un collar de castigo al pobre chico.
—Posesiva y fea.
—No es fea, tiene su aquel.
—Define "aquel".
—No sé, no está mal.
—No vale un pimiento, reconócelo.
—Pero es muy...
—¿Simpática? ¡Ja! No me hagas reír.
—Iba a decir generosa.
—Generosos son sus pechos, ¿ves? De eso sí que anda bien. Además, cuando estuvimos en Ibiza me tiró los tejos.
—¡Que hijaputa!
—Pues no creas, que me moría de ganas de tocar ese pedazo de tetas que tiene.
—Eres un cerdo.
—Pues bien que te gusta a ti revolcarte como tal ¿Quieres que paremos en aquel pinar y nos damos un  homenaje?
—Tú siempre pensando en lo mismo.
—Ah, pero ¿hay algo más?
—Eres imposible.
—Venga ¿paramos?
—¿Por qué siempre has de conseguir lo que quieres de mí?
—Ja ja ja...
—No te rías, o no paro.
—Vale, ya me callo.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía  Tonymadrid Photofraphy (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

jueves, 13 de octubre de 2011

Anuncios por palabras 001



Morena, ojos verdes, brasileña, guapísima, muy cariñosa. Hotel y domicilio. Visa, American Express. Regala gatitos por no poder atender. Están vacunados y desparasitados.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Macz (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

martes, 11 de octubre de 2011

Un cadáver en el armario




Era un orador brillante, siempre lo fue, desde su salida al mundo e inmediata ascensión meteórica al cielo de los elegidos. Respetado por colegas y enemigos —y envidiado por los mismos—, continuamente se le requería en los medios para elevar el caché de los contenidos con sus opiniones, con su mera presencia. Considerado desde hacía muchos años como uno de los hombres del momento, se había hecho un sitio en la historia reciente del país, le habían dedicado una calle en su pueblo, su nombre había sonado varias veces para el Príncipe de Asturias y cada vez se le señalaba más como futurible Nobel; cierto es que había dos facciones: la que le relacionaba con el de literatura y, por contra, el que le otorgaba sin lugar a dudas el de la paz, ambas con razones bien fundadas. Cada libro que publicaba se vendía por millares, era leído por millones, estaba en boca de todos. Era un triunfador, un triunfador surgido de la nada, que había logrado reunir un apreciable patrimonio que le permitiría vivir con holgura el resto de su vida. Lo apreciaba tanto la clase intelectual como la gente sencilla que no había leído sus libros pero que lo conocía de sus numerosas apariciones en televisión. En definitiva, se le podía calificar de estrella de su tiempo.

—De no haber sido por don Ezequiel, nada de esto hubiera sido posible—, pensaba a menudo.

Don Ezequiel había sido el párroco de la iglesia mayor del pueblo —la única—, desde tiempos inmemoriales. Todos los acontecimientos señalados de su familia, y de todas las familias del pueblo —bodas, bautizos, comuniones, entierros, confirmaciones, misas de ánimas...— habían pasado por su altar, por su pila bautismal, por su púlpito. Don Ezequiel, que usaba su hisopo y su incensario como armas de condenación eterna contra quien no se plegara a su dogma, a su fe, a su voluntad, y cuyas homilías eran famosas en toda la comarca por la dureza de los castigos divinos que profetizaban para todos los que se apartaran del camino verdadero.

En efecto, de no haber sido por don Ezequiel, nada de lo que fue hubiera sido posible: él lo tomó de monaguillo a los seis años, él fue quien dijo a unos padres insolventes que "el niño tiene que estudiar", él fue quien le consiguió becas tirando de los hilos que manejaba en la diócesis y el seminario.

Así, gracias a don Ezequiel, se convirtió en lo que es hoy en día, un superstar de las letras patrias y las tertulias radiofónicas, tras abandonar el camino del sacerdocio —decisión que mortificó al párroco hasta el último día de su vida, pero a él le gustaban demasiado las mujeres como para estar seguro de poder respetar el voto de castidad—.

¡Ah, las mujeres! Lo malo es que nunca había podido funcionar muy bien, ni siquiera medianamente bien, con ellas —pensaba, mientras recordaba con asco la sensación de angustia, el vómito atorado en la garganta, que sentía cada vez que don Ezequiel le tomaba la mano y la metía entre los pliegues de su sotana.


©texto e ilustración JAVIER VALLS BORJA
octubre 2011

miércoles, 5 de octubre de 2011

He sido viento



Dedicado a Julián Arribas, el hombre que escribe poemas bellos con palabras duras, mi amigo.

He sido viento y he dado la vuelta al mundo mil veces al derecho y otras mil veces al revés, y he visto infiernos paradisíacos y paraísos infernales. ¿Más infiernos o más paraísos? ¿Importa acaso más la cantidad que la calidad?

Porque yo, que he sido viento y he dado mil vueltas al mundo al derecho y mil vueltas más al revés, y he visto infiernos y paraísos, soy sabio, y sé que el mal siempre pesa más. Una manzana podrida pudre a todas las que la rodean. Una manzana fresca, jugosa, roja como la sangre joven y brillante como un lucero de la mañana, recién arrancada del árbol en su punto justo de madurez, y todavía húmeda de rocío, es incapaz de sanar a una manzana podrida.

He sido viento, sí, y en una de las innumerables vueltas, no me preguntes si al derecho o el revés, que no lo recuerdo... ¡han sido tantas...! he visto a hombres valientes derramando pintura sobre las crías de foca para que hombres desalmados no las maten a palos. He visto a hombres que queman bosques, que talan selvas, que ponen bombas...

He sido viento y he visto gente sin hogar, niños sin comida, palacios de oro...

He sido viento y hubiera querido no serlo, para no ver hombres matando por dinero, para no ver hombres matando por placer, para no ver hombres matando. Pero lo he sido, he sido viento y he visto hombres torturando hombres, animales, mujeres, niños, ancianos ¡DIOS! No quiero ser viento, no quiero ver...

Pero he sido viento, a mi pesar, y he visto a padres vendiendo a sus hijos, a jóvenes meándose sobre mendigos, pegándoles, he visto a los hombres matarse en el nombre de dios, y traficando con armas, con drogas, con personas, con vidas...

Y he visto el coraje en los rostros nobles de hombres valerosos y mujeres heroicas encadenados ante gobernantes insensibles, indiferentes, fatuos... Y he sido viento, y he visto a esos hombres que gobiernan a los otros hombres cagar sobre unos papeles que empiezan..., perdona, la mierda no me deja ver demasiado bien, pero empiezan por, a ver... sí... “Declaración Universal de los Derechos Hum...”, lo siento, ya no puedo ver más.

Y siendo viento, porque yo he sido viento, he visto mareas negras en playas blancas, pájaros que ya no lo son, porque el alquitrán que apelmaza sus plumas les impide volar, peces muertos por millares, putrefactos, apestando las blancas playas negras. Y yo me pregunto ¿para qué ser viento? ¿para transportar este hedor de muerte?

Pero he sido viento, a pesar de todo, y me he alejado de la Tierra, mucho, mucho, muchísimo más de lo que es capaz de llegar el viento, hasta la Luna, y desde allí he visto este planeta bello y azul, muy azul y muy bello, y he pensado que es una gigantesca mierda envuelta en el papel más maravilloso que te puedas imaginar.

Y hubiera querido ser huracán para arrasar con todo lo malo que he visto, y sólo he sido viento.

Pero... ¿qué es aquello que brilla en la distancia? ¡Sí! Es la sonrisa de un niño feliz. Y eso es suficiente para que desee volver a ser viento, y lo soy, y vuelvo al planeta bello y azul, tan azul y tan bello, y veo arte, y gente sensible, personas buenas, risas sinceras, y... ¿y esa lágrima? ¡Ah, bueno! Es de felicidad...

Y he sido de nuevo viento, y oigo música ¿puede el viento oír? No lo sé, pero yo la oigo, es maravillosa, y bailo haciendo remolinos, y cuando acaba la pieza jadeo, feliz, y me convierto en brisa para acariciar a la gente buena y al planeta tan azul como un mañana de verano.

He sido viento y he visto a un hombre bueno escribiendo poemas bellos con palabras duras, tiempo, muerte, soledad... Y lo he envuelto en un abrazo de aire cálido y le he susurrado al oído: “Eres grande, amigo”, y se le ha erizado la piel.

©texto y fotografía JAVIER VALLS BORJA
marzo de 2006

lunes, 19 de septiembre de 2011

Un paraguas rojo




Los visillos, curiosos, se entreabren al paso del cortejo fúnebre, ojos secos tras cristales que derraman, sin dolor, lágrimas de lluvia.

Una vieja piadosa se santigua de forma mecánica, conjuro infalible contra la condenación eterna, rogando al cielo que le dé salud, y su marido, el único anciano del pueblo que no ha ido al funeral por enemistad con el finado, se descubre, pese a ello, con respeto atávico, inculcado, impuesto a sangre y fuego, mientras piensa que tampoco a él le queda mucho tiempo, pero todavía está aquí, disfrutando de su falta de vida.

Los niños que chapotean en los charcos con sus botas de agua de colores dejan de jugar, la merienda en una mano y el paraguas de varillas torcidas en la otra. Miran con ojos muy abiertos, uno de ellos susurra: un muerto, y el corazón se les acelera por el miedo. Echan a correr en dirección contraria todo lo rápido que les permiten las katiuskas, los impermeables, los paraguas, alejándose de la muerte, ellos son el futuro. 

El coche avanza lentamente bajo el chaparrón. Tras él, la comitiva camina apretada, intentando protegerse así del aguacero, del frío, de la muerte, haciendo piña los unos con los otros para sentirse vivos. El acompañamiento es una masa silenciosa, monocroma; la tormenta tiñe todo de gris, uniformando los colores, aniquilándolos, y el sonido del agua contra los tejados, contra las banderolas olvidadas de las últimas fiestas, acalla los murmullos de la gente, los que cuentan las glorias del difunto y los que cuentan sus miserias, y silencia sus pasos. En mitad de la multitud, un paraguas rojo da vueltas sin cesar.

La tempestad arrecia y arremete contra el duelo que, poco a poco, se va desintegrando. Unos se refugian en un portal, otros se meten en un bar que les ha venido al paso, en una mercería, en un bazar chino donde curiosearán hasta que pase el temporal. Los más se van yendo hacia sus casas, incluso los que tenían voluntad de acompañar el féretro hasta el final.

Aún queda un trecho hasta el cementerio y el conductor del coche fúnebre, viendo que no les sigue nadie, acelera; tiene ganas de acabar el trabajo e irse a su casa, a su vida, lejos de la muerte, que es su vida. Las flores de las coronas están ajadas, como verduras pochas, y algunas se desprenden por el peso del agua que las empapa.

A lo lejos se oyen tracas y alegres toques de claxon. Hay una boda en la iglesia donde acaba de celebrarse el funeral, y la gente que se ha ido desprendiendo del cortejo fúnebre comenta la mala suerte de la pareja que se casa en un día tan aciago y deslucido. Ya casi nadie se acuerda del muerto, y mientras se preguntan quiénes serán los que se casan, se repite una y otra vez la frase novia lluviosa, novia dichosa.

Sigue lloviendo, sigue la vida… Los visillos se entreabren al paso del cortejo nupcial, tras los cristales que derraman lágrimas de lluvia. En mitad de la multitud, un paraguas rojo da vueltas sin cesar.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2009, revisado septiembre 2011

©fotografía taytom (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons