lunes, 19 de septiembre de 2011

Un paraguas rojo




Los visillos, curiosos, se entreabren al paso del cortejo fúnebre, ojos secos tras cristales que derraman, sin dolor, lágrimas de lluvia.

Una vieja piadosa se santigua de forma mecánica, conjuro infalible contra la condenación eterna, rogando al cielo que le dé salud, y su marido, el único anciano del pueblo que no ha ido al funeral por enemistad con el finado, se descubre, pese a ello, con respeto atávico, inculcado, impuesto a sangre y fuego, mientras piensa que tampoco a él le queda mucho tiempo, pero todavía está aquí, disfrutando de su falta de vida.

Los niños que chapotean en los charcos con sus botas de agua de colores dejan de jugar, la merienda en una mano y el paraguas de varillas torcidas en la otra. Miran con ojos muy abiertos, uno de ellos susurra: un muerto, y el corazón se les acelera por el miedo. Echan a correr en dirección contraria todo lo rápido que les permiten las katiuskas, los impermeables, los paraguas, alejándose de la muerte, ellos son el futuro. 

El coche avanza lentamente bajo el chaparrón. Tras él, la comitiva camina apretada, intentando protegerse así del aguacero, del frío, de la muerte, haciendo piña los unos con los otros para sentirse vivos. El acompañamiento es una masa silenciosa, monocroma; la tormenta tiñe todo de gris, uniformando los colores, aniquilándolos, y el sonido del agua contra los tejados, contra las banderolas olvidadas de las últimas fiestas, acalla los murmullos de la gente, los que cuentan las glorias del difunto y los que cuentan sus miserias, y silencia sus pasos. En mitad de la multitud, un paraguas rojo da vueltas sin cesar.

La tempestad arrecia y arremete contra el duelo que, poco a poco, se va desintegrando. Unos se refugian en un portal, otros se meten en un bar que les ha venido al paso, en una mercería, en un bazar chino donde curiosearán hasta que pase el temporal. Los más se van yendo hacia sus casas, incluso los que tenían voluntad de acompañar el féretro hasta el final.

Aún queda un trecho hasta el cementerio y el conductor del coche fúnebre, viendo que no les sigue nadie, acelera; tiene ganas de acabar el trabajo e irse a su casa, a su vida, lejos de la muerte, que es su vida. Las flores de las coronas están ajadas, como verduras pochas, y algunas se desprenden por el peso del agua que las empapa.

A lo lejos se oyen tracas y alegres toques de claxon. Hay una boda en la iglesia donde acaba de celebrarse el funeral, y la gente que se ha ido desprendiendo del cortejo fúnebre comenta la mala suerte de la pareja que se casa en un día tan aciago y deslucido. Ya casi nadie se acuerda del muerto, y mientras se preguntan quiénes serán los que se casan, se repite una y otra vez la frase novia lluviosa, novia dichosa.

Sigue lloviendo, sigue la vida… Los visillos se entreabren al paso del cortejo nupcial, tras los cristales que derraman lágrimas de lluvia. En mitad de la multitud, un paraguas rojo da vueltas sin cesar.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2009, revisado septiembre 2011

©fotografía taytom (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

13 comentarios:

  1. Sr. Vallas, más relatos y menos citas , por favor ¡¡¡
    ;)

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  2. Mi abuela siempre decía:" El muerto al hoyo, y el vivo al bollo".

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  3. Poma, no te preocupes; sería distinto si pidieras menos relatos y más citas :))) Gracias por el halago.

    Beso.

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  4. Así es, Elena, por muchas vueltas que le demos al asunto.

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  5. Se me quedó clavado, Javier... lo he leído como cinco veces , quería quitarme la primera sensación que me provocó, una especie de carcajada siniestra la de ese paraguas rojo, como la de esos payasos de las películas de miedo, riéndose de las desgracias ajenas (la muerte, el abandono del cortejo fúnebre, la lluvia en día de boda)..pero no lo he conseguido.

    Creo que es una gran metáfora sobre la vida, lo vital permaneciendo más allá de aconteceres, pero no me gusta verlo como nada siniestro sino todo lo contrario. por eso quería desprenderme de la sensación antes de comentarte, porque bien sé que pudo venir sólo por mi percepción... o tal vez no.

    Muy bueno, javier.
    Un beso

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  6. Querida Sofía, si esto nos llega a resultar siniestro, es que la vida lo es. Mi intención primera —aunque después el lector hace su propio análisis personal de la situación que se plantea— fue la de reflejar la natural indiferencia de la humanidad en general ante el, llamémosle acontecer, ajeno. En realidad, a casi nadie nos importa demasiado lo que les ocurra a los demás —y cuando digo los demás, me refiero a las personas ajenas a nuestro círculo íntimo, ya sea afectivo o no—, siempre y cuando no nos salpique demasiado, lo que ocurre es que tenemos eso que hemos dado en llamar conciencia (ya sabes, un angelito sentado en un hombro, susurrándote al oído, y un diablillo en el otro, susurrando lo contrario),que hace que seamos capaces de salir en manifestación defendiendo esta o aquella causa en pro de otras personas, pero en el fondo-fondo, damos gracias a dios, aunque no creamos en él, de que, sea lo que sea lo que deploremos/defendamos/rechacemos, no nos haya tocado a nosotros. Es el "sálvese quién pueda", el instinto de supervivencia, eso sí, suavizado por el raciocinio, guardando las formas. Y no es hipocresía, es convivencia en la que manda el instinto.

    He de confesarte que yo también he de ahogar a veces esa carcajada siniestra, pero hemos de aprender a aceptar que LA VIDA, para todos y cada uno de nosotros, es LA NUESTRA, por supuesto hablando en términos generales, porque ¿quién no daría la vida por su hijo? Pero esta es otra cuestión. Lo único cierto es que, a pesar de nosotros y, en algunos casos a pesar nuestro, la vida sigue.

    Beso.

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  7. No sé, Javier, yo por "la vida" lo entiendo todo, ni la tuya ni la mía ni la de los demás sino todo lo que acontece y sucede y somos capaces de percibir mientras estamos vivos, y por eso creo que no es justo le endosara mi sentir esa carcajada siniestra al paraguas rojo. Creo que, en términos generales, nada es siniestro o "diestro", sino lo que es, y los hombres, con alguna dosis de presunción sobre nuestro "poder", podemos intentar pretender que sea (para mejor)...nada más.
    :), buenos días sabatinos.
    Un beso

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  8. Quizá tú, querida Sofía, estés por encima (en el sentido de "aparte") de todo esto, y si es así te envidio por ello, pero yo, con el corazón en la mano, afirmo que creo firmemente todo lo que dije en mi comentario anterior. Creo en la solidaridad, pero no en la entrega absoluta hacia los demás, salvando honrosas excepciones de personas que dan su vida o su patrimonio por sus semejantes, pero son los menos, son la anécdota. Estoy convencido del egocentrismo, y fíjate que no hablo solo del egoísmo, del ser humano.

    Y ya llego tarde para darte los buenos días, pero te deseo dulces sueños.

    Beso.

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  9. Yo no hablaba de solidaridad ni de altruísmo, eso es...no sé... paro y todo de escribir para intentar expresarme...simplemente decir "solidaridad" implica que no se percibe digamos que instintivamente al otro y a "lo otro".
    Cuando digo "la vida", Javier, es " la vida", el todo, y no creo estar aparte y mucho menos pienso ni siento que por encima del normal sentir, cuando comentaba que "la vida" es todo lo que percibimos. No creo que nadie en su sano juicio sea inconsciente de que hay más ruidos en este mundo que el suyo propio, ¿no?
    Otra cosa es que tendamos hacia un egocentrismo, eso también es natural y consustancial al acto de ser individuo...¡no hay nada malo en ello!....:)
    El hombre, el gran conflicto del hombre, su único problema (que a todo afecta y todo lo revuelca) es aprender a convivir con sus dos mitades indisolubles y sin las cuales no sería, su autoconsciencia y la consciencia de los otros más el medio que posibilita el intercambio: la capacidad para comunicarse y su intrínseca necesidad de hacerlo.
    A veces pienso que demasiado "buenos" somos (fíjate tú, con ya sabes tú más o menos mi opinión generalizada con respecto a nosotros los humanos), hasta el más loco o criminal, porque creo que no hay materia que resista ese "golpe de gracia", el de la autoconsciencia.
    Si no fuera por el egoísmo, y por el egocentrismo no podríamos ser llamados humanos. Ni por la conciencia del otro.
    Pienso, claro, opino, sólo eso...

    :)
    Buenas noches, querido Javier.

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  10. ¡Ay ay ay, Sofía, que me pones en un brete! No te voy a rebatir —no hay motivo, porque tú hablas muy clarito y con mucha enjundia—, yo solo quiero explicar que esa idea de "la vida" la entiendo, hasta sus últimas consecuencias, pero creo que (yo, y muchos, casi todos) la obviamos, la mayoría de las veces, conscientemente. Prima ese "humano" egocentrismo, máxime cuando estamos volviendo a la ley de la jungla. Estoy tristemente convencido de que la era de la cultura, el entendimiento, el altruísmo, está tocando a su fin, un fin tal vez (ojalá) momentáneo, propiciado por las extrañas y nada halagüeñas circunstancias que nos ha tocado vivir, pero que se hace cada vez más patente.

    Ayer, un ayer muy cercano, blogs humildes como los tuyos o el mío, y digo humilde solo en cuanto a número de visitantes, eran el destino habitual de muchas personas, ávidas de intercambio cultural, abiertas al enriquecimiento personal a través de la interacción con otras personas con sus mismas inquietudes, epatadas por la belleza que se les ofrece gratuitamente y que hoy, o solamente visitan páginas de noticias y economía o, sencillamente, no pueden visitar ninguna por falta de pago.

    Por supuesto que no creo que haya más ruidos en este mundo que en el mío, pero sí que creo, firmemente, que hay dos mundos, éste, y el mío. Y también creo, solo lo creo, que mis dos mitades, la consciente y la autoconsciente, están bastante bien conjugadas, porque entiendo a la perfección todo lo que me has dejado escrito desde el primer comentario; quizá el que no se hace entender soy yo, amiga, pero me gustaría dejar claro que lo que yo quiero decir es que no creo en el género humano en cuanto ser racional, cuando las circunstancias vienen mal dadas. En ese momento es cuando resurge el instinto, el YO, el SOLO YO, y entonces es cuando empiezo a dejar de creer en los demás, en los que nunca he creído demasiado, por otra parte.

    Sé que esta discusión podría tener muchos más matices, ser mucho más rica, en torno a una mesa con buenas viandas y mejores caldos, porque es muy difícil hacerse entender en este medio tan frío e inexpresivo, al que le falta el calor que da el quitarse la palabra los unos a los otros, el puñetazo en la mesa, el cruzar un chascarrillo en mitad del acaloramiento, pero también sé que tú entiendes perfectamente lo que yo quiero decir, aunque mis palabras no sean las más adecuadas para hacerlo.

    Y te confieso, a solas tú y yo, en petit comité, que creo que ese "somos humanos" o ese "actuamos así porque somos humanos" (y soy un firme defensor de la debilidad humana), se está prostituyendo, está demasiado en boca de todos para justificarlo todo, y eso no es así. Y paro ya, que esto se va a convertir en el cuento de nunca acabar y blogger me va a decir que un rollo de esta extensión me lo va a publicar mi tía.

    Beso, amiga.

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  11. Buen relato. Me gusta que sea cíclico, me gusta que empiece como acaba, me gusta que se cierre a sí mismo y al tiempo quede abierto.

    Un paraguas rojo… girando… umh!

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  12. Gracias, Raúl; ése es un recurso que utilizo en muchos de mis relatos, me parece que así quedan más "redondos", más acabados. Lo curioso es que no es premeditado, me salen así, y esa forma de escribir ya se está convirtiendo en mi sello personal; doy siempre muchas vueltas para acabar volviendo al principio, haciendo del comienzo y el final un todo, o al menos eso creo, espero no estar liando al personal con este método :)))

    Un abrazo.

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