jueves, 28 de junio de 2012

El pañuelo azul




Un hospital.

Una sala de espera.

La gente mira al techo, al suelo, a cualquier parte excepto a los ojos de las personas que se sientan enfrente.

Es viernes, pero ¿qué más da?

El local está atestado, no queda un solo asiento libre, ni un soplo de aire fresco. La mayor parte de los pacientes que esperan su sesión de radioterapia son ancianos, excepto una mujer de mediana edad que cubre su cabeza con un pañuelo anudado con bastante gracia.

La mujer no tiene cejas ni pestañas.

Las enfermeras van llamando a los pacientes con voz monótona, como si fueran incapaces de sentir cualquier emoción durante su jornada de trabajo. Solo sonríe la del mostrador, la que pasa con soltura las tarjetas de crédito por los terminales bancarios.

La conversación es la de siempre, que si las terapias van con retraso, que si hace calor aquí dentro, que si fulanita ya no viene.

Y silencio otra vez.

Hace calor, aquí dentro.

El olor es desagradable, el aire apesta a duchas escasas, a sudor mal disimulado con colonias baratas y masaje para después del afeitado, a caramelos de eucalipto que no logran encubrir los alientos pútridos, las malas digestiones... Por momentos, el abajo firmante se ahoga.

Suena un teléfono móvil y la propietaria contesta a gritos, con voz de fumadora. La mujer del pañuelo no habla con nadie; está pensativa, diría que triste,.

Hace calor, demasiado.

Al fondo se oye la televisión. Una señora comenta algo sobre el programa y el marido le ordena silencio. Ella se calla y se queda mirando al suelo, mientras el resto de la gente enmudece y soporta la situación lo mejor que puede, mirando al techo, al suelo, a cualquier parte excepto a los ojos de las personas que se sientan enfrente. Una enfermera llama a alguien y el afortunado huye de allí a la carrera, aliviado por salir de escena. Los demás continúan allí, mirándose las uñas, rebuscando en el bolso cosas que saben que no llevan, hojeando un periódico ajado encontrado en la mesa del rincón.

Hace calor, aquí dentro.

Hoy es viernes, ya se ha dicho, pero ¿qué más da?. El personal empieza a salir, con la alegría del fin de semana intacto por delante, despidiéndose hasta el próximo lunes en que volverán a encontrarse con cara de perro. Muchos de ellos están irreconocibles sin su bata blanca ni su máscara profesional.

A la señora del pañuelo en la cabeza se le escapa una lágrima silenciosa, lenta...

El abajo firmante baja la vista y se compadece de ella.

El pañuelo es azul.

©texto JAVIER VALLS BORJA
mayo 2010 - junio 2012
©fotografía Esparta (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

viernes, 22 de junio de 2012

Diccionagrio: constitución


constitución.

(Del lat. constitutĭo, -ōnis).

1. f. Listado de derechos y obligaciones (en la práctica, obligaciones) establecido como Ley fundamental de un Estado, para hacer creer a la población que vive en una democracia.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2012

martes, 19 de junio de 2012

Anuncios por palabras_008



Se traspasa funeraria, por defunción.

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía militancia afectiva (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

lunes, 18 de junio de 2012

Diccionagrio: rey


rey.

     (Del lat. rex, regis).
1. m. Ente endoparásito de un país, en modo depredador. Se reproduce de forma alarmante y consume vastos recursos del organismo hospedador, del cual sale en ocasiones para fagotizar elefantes, osos u otros animales salvajes. De bragueta floja, suele aparearse con hembras humanas de lujo. Una sola cepa es capaz de aniquilar totalmente a su huésped.

Había una vez...




Había una vez un reino que no tenía hermosas princesas, ni príncipes valerosos, ni hadas buenas, ni castillos encantados.

En aquel gran país, gobernado por hombres pequeños, feos, miserables..., abundaban dragones y brujas, prestamistas usureros, duques traidores, y bufones que tenían un lugar preeminente en la(s) corte(s).

Los mezquinos virreyes, sedientos de oro y poder, robaban a los pobres para dárselo a los ricos, se comían el pan de sus hijos, les quitaban sus casas, su dinero, su alegría, y hasta vendieron el reino a los bárbaros del norte.

El rey mataba animales salvajes y cazaba mujeres de lujo, mientras la reina asistía a conciertos, con un ramillete de flores como única compañía. Las hijas decían que trabajaban, pero siempre se las podía ver en los toros, en la hípica, en las regatas... El joven príncipe ya no era una promesa, ni una esperanza para el reino, ni siquiera era ya joven.

Los jueces malos juzgaban a los jueces buenos y la guardia apaleaba a los niños. El recaudador de impuestos tenía un hambre voraz.

No había magia, no había risas, no había pan.

Y llegó un día en que la plebe alzó su voz y dijo ¡basta! Los soldados del reino intentaron amordazar sus bocas, pero ellos gritaban tan fuerte que se les oyó en todo el mundo conocido. Los gobernadores decían de ellos que eran malos, pero nadie les creyó. La guerra fue larga y desigual, arcos y flechas contra ideas y esperanza, garrotes contra libros, pero al fin triunfaron la razón y la verdad.

El rey y la reina tuvieron que buscar caza y música en otros reinos, los virreyes y gobernadores huyeron con sus cofres repletos de tesoros, y los plebeyos quedaron como dueños absolutos de su reino, que ya no lo era.

Y colorín colorado, este sueño ha terminado.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2012
©fotografía CescoMad (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

sábado, 16 de junio de 2012

Diccionagrio: AMOR


amor.

     (Del lat. amor, -ōris).

     1. m. Supuesto que suele acabar en matrimonio, el cual, a su vez, suele acabar con el primero.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2012

jueves, 14 de junio de 2012

Quizás, quizás, quizás




El viaje de vuelta fue tenso, el aire del interior del vehículo estaba cargado de reproches no formulados, las mandíbulas de ambos apretadas hasta el dolor, las manos crispadas —ella clavándose las uñas en las palmas—, los labios comprimidos para no dar pábulo a la curiosidad del taxista. Ambos iban sentados lo más separados que les permitía lo reducido del habitáculo, mirando cada uno por la ventanilla de su lado. Él se había pasado y ella no había sabido manejar la situación. Abandonaron la fiesta ante el estupor de sus amigos, que asistieron atónitos al espectáculo.

Él fumaba, ignorando el cartel que lo prohibía; también el conductor encendió un cigarrillo, para aliviar la tensión que percibía en su nuca como algo físico. Ella lloraba en silencio e intentaba vislumbrar el rostro de él a través del reflejo del cristal. La ciudad pasaba de largo, pero ellos ni siquiera la veían. En la radio sonaba un tango triste; o tal vez fuera un bolero, quizás, quizás, quizás...

Ella buscó algo en su bolso, sin éxito. Lo cerró bruscamente, tirándolo a un lado y, cuando levantó de nuevo la vista, se encontró con el pañuelo que él le estaba ofreciendo. Tuvo el impulso de rechazarlo, mas al fin alargó la mano y lo aceptó. En él quedaron sus lágrimas teñidas de rimmel, pero no quiso sonarse la nariz por no parecer poco elegante. Se lo devolvió con un tímido, casi inaudible “gracias”, entrecortado por los sollozos, y él le rozó la mano al cogerlo.

Llovía en la noche y las gomas de los limpiaparabrisas rechinaban rítmicamente. Las luces se distorsionaban a través de los miles de gotas que salpicaban los cristales y de sus propias lágrimas. Aquello era el fin.

Ella pensaba, obsesivamente: “Después de esta noche, ¿qué hago si me llama? ¿y si no me vuelve a llamar?”

Él, ya más relajado, se deleitaba anticipadamente: "Los mejores polvos son los de la reconciliación..."



©texto Javier Valls Borja
octubre 2009 (revisado junio 2012)

©fotografía Brero (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

martes, 12 de junio de 2012

Vida de perros




Se casó para que le calentaran la cama.
Tuvo hijos para que le cuidaran en su vejez.
Siempre odió al perro de la familia.
Su mujer le abandonó.
Sus hijos lo olvidaron.
El perro fue el único que se quedó junto a él.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2012
©fotografía jlmaral (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons