domingo, 18 de noviembre de 2012

Soledad, divino tesoro




Siento —percibo, no lamento— que he llegado al final, y no me duele haber de morir, como tampoco me ha dolido la vida.

Una vida extraña, según algunos; de soledad, para otros. He escuchado cosas sobre mí que nada tienen que ver conmigo, y es que, claro, no se puede vivir solo sin que la gente murmure, juzgue y condene. No, no os preocupéis, nunca me han herido sus palabras porque no me han importado, impermeable como soy al resto de la humanidad.

Ellos, la humanidad, se refieren a sí mismos como seres sociales, cuando solo son gregarios —¿es, acaso, sociedad un rebaño?—. Son masa que fagocita al individuo, y si logra escapar lo desprecian, lo señalan, creen que lo excluyen, o tal vez necesitan creerlo. Y porque viven en soledad compartida se creen menos solos que yo, que elegí la soledad absoluta para la vida y la soledad eterna para la muerte. Ilusos, ellos sí que están solos aunque se sientan acompañados, solos en una soledad servil trufada de peajes, obligaciones, compromisos, esclavitudes... 

No es dañina la soledad, sino el tiempo vacío, no saber cómo llenarlo, de qué llenarlo... no saber vivirlo. Ni hay perversidad en el hecho meditado, escogido, de querer vivir incontaminado de hipocresía, aislado de convenciones, libre de lastres sociales.

No estoy solo, estoy conmigo, y el contacto con los demás no hace sino acrecentar mi deseo de evitarlos. Ni bastan cinco dedos para formar una mano, ni un puñado de soledades es compañía.

No formo parte de nada, apenas soy nada, y así quiero seguir. 

©texto, JAVIER VALLS BORJA
noviembre 2012
©fotografía Guillermo Salinas (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

Este texto ha sido escrito para el concurso organizado por Jaime Gonzalo Cordero en su blog, Pauta ancha, habiendo quedado en segundo lugar.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Historia de un exhibicionista




Estuve nervioso, intratable toda la semana, deseando y temiendo a un tiempo el comienzo de la terapia. Necesitaba salir de la vorágine en la que me hallaba inmerso, normalizar mi vida, volver a ser respetable, formal, y sabía que no podía hacerlo solo.

Había tomado las medidas oportunas, pero llegado el momento no pude continuar con aquello; todo había sido en vano. El bloqueo que sufrí me dejó sin habla, sumido en una vergonzante pérdida del control de esfínteres con la consiguiente humillación. Tal vez hubiera sido mejor acudir a una de esas reuniones con gente que no conoces, en las que dices "hola, soy fulanito, y soy un obseso", y ellos te contestan a coro "hola, fulanito".

Mi perversión, al menos la que pretendía que me tratasen en ese momento, consistía en exhibirme desnudo ante mi vecina de enfrente, y me excitaba sobremanera que ella se me quedara mirando con curiosidad. Jamás me hizo un desaire, ni se dio la vuelta con aire ofendido, ni bajó las persianas para no verme. Antes al contrario, con el paso de los días, parecía esperar el momento en que yo llegaba a casa y empezaba mis maniobras exhibicionistas. Era un público entregado.

Yo procuraba tener todas las cortinas descorridas, y me paseaba por delante de las ventanas con las luces encendidas, para que se me viera bien. Unas veces la obsequiaba con el número del molinillo, que se me daba cada vez mejor; otras, hacía el pino para mostrarle nuevas perspectivas. Cuando ella miraba en mi dirección, yo me acariciaba y le devolvía miradas lascivas mientras realizaba gestos obscenos. Un día, vi que se había comprado un telescopio y seguía con él mis desnudas evoluciones. Eso me excitó todavía más, ¡me estaba convirtiendo en objeto de deseo!, pero después empezó a tomar notas, a hacerme fotografías y a grabarme en vídeo. Aquello supuso para mí un jarro de agua fría, la pérdida total de la excitación. Dejó de ser divertido.

Fue entonces cuando pensé que había llegado demasiado lejos y que tenía que poner remedio. No me atreví a hablarlo con mis amigos, no quería que dejaran de serlo, así que busqué en la guía médica y pedí hora. Finalmente, cuando entré en la consulta, reconocí en la sexóloga a mi vecina de enfrente.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2009 - noviembre 2012
©fotografía Manel (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons