miércoles, 7 de noviembre de 2012

Historia de un exhibicionista




Estuve nervioso, intratable toda la semana, deseando y temiendo a un tiempo el comienzo de la terapia. Necesitaba salir de la vorágine en la que me hallaba inmerso, normalizar mi vida, volver a ser respetable, formal, y sabía que no podía hacerlo solo.

Había tomado las medidas oportunas, pero llegado el momento no pude continuar con aquello; todo había sido en vano. El bloqueo que sufrí me dejó sin habla, sumido en una vergonzante pérdida del control de esfínteres con la consiguiente humillación. Tal vez hubiera sido mejor acudir a una de esas reuniones con gente que no conoces, en las que dices "hola, soy fulanito, y soy un obseso", y ellos te contestan a coro "hola, fulanito".

Mi perversión, al menos la que pretendía que me tratasen en ese momento, consistía en exhibirme desnudo ante mi vecina de enfrente, y me excitaba sobremanera que ella se me quedara mirando con curiosidad. Jamás me hizo un desaire, ni se dio la vuelta con aire ofendido, ni bajó las persianas para no verme. Antes al contrario, con el paso de los días, parecía esperar el momento en que yo llegaba a casa y empezaba mis maniobras exhibicionistas. Era un público entregado.

Yo procuraba tener todas las cortinas descorridas, y me paseaba por delante de las ventanas con las luces encendidas, para que se me viera bien. Unas veces la obsequiaba con el número del molinillo, que se me daba cada vez mejor; otras, hacía el pino para mostrarle nuevas perspectivas. Cuando ella miraba en mi dirección, yo me acariciaba y le devolvía miradas lascivas mientras realizaba gestos obscenos. Un día, vi que se había comprado un telescopio y seguía con él mis desnudas evoluciones. Eso me excitó todavía más, ¡me estaba convirtiendo en objeto de deseo!, pero después empezó a tomar notas, a hacerme fotografías y a grabarme en vídeo. Aquello supuso para mí un jarro de agua fría, la pérdida total de la excitación. Dejó de ser divertido.

Fue entonces cuando pensé que había llegado demasiado lejos y que tenía que poner remedio. No me atreví a hablarlo con mis amigos, no quería que dejaran de serlo, así que busqué en la guía médica y pedí hora. Finalmente, cuando entré en la consulta, reconocí en la sexóloga a mi vecina de enfrente.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2009 - noviembre 2012
©fotografía Manel (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

5 comentarios:

  1. Ufff... casi casi al leerlo, digo:
    ¡¡¡La Ostia!!!

    De todas las maneras, pobre hombre, ni siquiera se puede ser ya un exhibicionista, ayyy... en fín... ¡¡¡hacer el pino para ná!!! ¡¡¡pagar más luz... con lo que ha subido!!! ¡¡pobriño!!

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    1. Es que para ser exhibicionista, has de elegir muy bien a tus vecinos, jajajaaa...

      Beso.

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  2. Y sí. La terapia nos da sorpresas y la vecindad, ni hablar. Para desarrollar una vocación primero hay que asegurarse de que el medio nos acompañe porque ser un exhibicionista frustrado parece un hueso duro de roer.jaja...
    Un abrazo
    Cristina

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    1. Yo creo que todos somos un tanto exhibicionistas, Cristina; a todos nos gusta mostrar lo que tenemos, o creemos que tenemos, da igual un pene o el talento. El verdadero problema viene cuando lo exhibimos como algo extraordinario y resulta ser más bien normalito, jajaja...

      Beso.

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  3. Y a veces, ni siquiera normalito. Estoy de acuerdo, sólo que algunos hacen de la exhibición u ostentación "la primera razón de su existir", como diría alguna letra de bolero. Chau, un abrazo
    Cristina

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