jueves, 6 de junio de 2013

El arte de morir

El día había sido magnífico, luminoso, con un algo en el aire que hacía presagiar el triunfo. Yo me sentía seguro, ¿cómo no iba a hacerlo, si sabía que había llegado mi momento de gloria?

El cénit, la cumbre,  la inmortalidad... En mi mente no cabían mejores ni más grandes calificativos para mi próxima obra, la maestra, la definitiva, aquella por la que se me iba a recordar... Lo más, como decía el imbécil de mi marchante.

Atardecía cuando rasgué las telas, rompí los pinceles, los caballetes... 

Los pateé.  Arrastré muebles, derribé puertas a patadas, destrocé cristales.

Un aroma a jazmín impregnaba el aire, no en balde estrenábamos verano, y se mezclaba con el olor acre del aceite de linaza, del azul de Prusia, el rojo bermellón, el amarillo cadmio, el blanco de zinc... 

Con la noche ya cerrada amontoné todo en una pira que rocié generosamente con esencia de trementina de la mejor calidad, le prendí fuego y, finalmente, me inmolé lanzándome a la hoguera. Era la víspera de san Juan.

Con la llegada del nuevo día, todos los diarios hablaban, por fin, de mí.

©JAVIER VALLS BORJA
mayo 2013

Este texto fue escrito para el concurso de mayo de "El ballet de las palabras", habiendo quedado en tercer lugar.