Al día siguiente, Álvaro volvió a visitar a Andrés.
—Ana ha llegado ya, y me ha dicho que te diga que no podrá venir a verte porque ella no ha pasado la varicela. Toma, me ha encargado que te dé estos tebeos para que no te aburras tanto. ¿Cómo estás hoy?
—Me encuentro mejor —le respondió Andrés —, aunque el médico dice que todavía tardaré por lo menos una semana en salir, para no ir contagiando a todo el mundo. Claro, como no se tiene que quedar él en casa.
Álvaro, sorprendido de su propia mezquindad, se alegró secretamente. Podría estar a solas con Ana. Cuando se encontró con ella, el sol ya calentaba con todo el rigor del verano. Las enciclopedias definen al mediterráneo como un clima suave de inviernos templados y veranos cálidos, eso dicen. Lo cierto es que es extremadamente autoritario y brusco en sus cambios. Habían pasado repentinamente de una primavera aterida, a la canícula excesiva de calma chicha y sol cegador en la cal de las casas. Tras las lluvias la playa se llenó de sombrillas, como si de setas multicolores se tratara. Se abrían de par en par los balcones de las casas y las terrazas del paseo, y se bajaban toldos y persianas. A la hora de la siesta moría el pueblo.
—Ana ha llegado ya, y me ha dicho que te diga que no podrá venir a verte porque ella no ha pasado la varicela. Toma, me ha encargado que te dé estos tebeos para que no te aburras tanto. ¿Cómo estás hoy?
—Me encuentro mejor —le respondió Andrés —, aunque el médico dice que todavía tardaré por lo menos una semana en salir, para no ir contagiando a todo el mundo. Claro, como no se tiene que quedar él en casa.
Álvaro, sorprendido de su propia mezquindad, se alegró secretamente. Podría estar a solas con Ana. Cuando se encontró con ella, el sol ya calentaba con todo el rigor del verano. Las enciclopedias definen al mediterráneo como un clima suave de inviernos templados y veranos cálidos, eso dicen. Lo cierto es que es extremadamente autoritario y brusco en sus cambios. Habían pasado repentinamente de una primavera aterida, a la canícula excesiva de calma chicha y sol cegador en la cal de las casas. Tras las lluvias la playa se llenó de sombrillas, como si de setas multicolores se tratara. Se abrían de par en par los balcones de las casas y las terrazas del paseo, y se bajaban toldos y persianas. A la hora de la siesta moría el pueblo.
© del texto JAVIER VALLS BORJA
primavera 2000
primavera 2000