jueves, 24 de noviembre de 2011

Hoy que termina septiembre





Hoy que termina septiembre me siento a esperar la vida, la necesito para poder morir. Morir, dulce verbo... Aunque, ¿acaso no era muerte mi existencia, mi paso por el mundo? ¿era vida este penar? ¿es vivir el arrastrar cargas tan pesadas como las cadenas que unen los barcos a sus anclas, o que los separan de ellas, este sentir el corazón aprisionado en una garra de uñas afiladas y ponzoñosas, ese tener la garganta siempre atenazada por un nudo de llanto y miedo... de angustia... de miedo y de llanto? ¿Es vivir morir, morir cada día un poco, y al otro un poco más, sin que llegue la muerte, clemente, dulce muerte, ansiada, anhelada, deseada muerte, a librarme de la muerte, de morir cada día un poco, y al siguiente un poco más?

Llueve, afuera...

Llueve, también, en mí. Llueve amargura, desesperanza, tristeza infinita… Llueve dolor.

Hoy que termina septiembre, me siento a esperar la vida, las manos cruzadas sobre el regazo, los ojos abiertos, mirando al fin al frente. Las manos húmedas, los ojos secos. Húmedas de sangre, secos de lágrimas. Unas manos que no volverán a temblar, unos ojos que no llorarán más. Nunca más. Y tampoco reirán. Porque yo, ¡quién me ha visto y quién me ve!, vanidosa y presumida, tan orgullosa, tan coqueta, tan soberbia como era, con la altivez que da la juventud, me encuentro ahora como el ciprés que se entrevé por la ventana, erguido y desafiante en días de sol, humillado, doblegado, vencido por millares de pequeñas gotas de agua.

Afuera llueve. No deja de llover.

Llueve adentro, llueve sin cesar.

Duele, la lluvia…, cae sobre mi ánimo herido como el alcohol sobre la carne viva, pero yo no siento el ardor, el fuego de la cura, sólo un frío de muerte que me hiela el alma y me paraliza el corazón.

Hoy que termina septiembre ha muerto mi muerte en vida. Ha muerto a manos mías, estas manos húmedas de sangre que yacen cruzadas, sin el más leve temblor, sobre mi regazo. Regazo inerte, estéril, yermo como mi existencia. Ese regazo que no pudo acunar jamás a ningún pequeño ser, carne de mi carne. Esa fue la primera paliza, la peor, la que me rompió como mujer y me dejó imposibilitada para lograr lo que más anhelaba, un pequeño ser, carne de mi carne. Ya ni siquiera recuerdo por qué fue, ni si fue por algo. Mentiras en el hospital, me han atacado, sí, eran dos hombres, querían violarme, me salvó mi marido. Como digas una sola palabra te mato, hijaputa, me decía con los ojos mientras su voz sonaba atormentada en la sala de urgencias, en la comisaría, ante la familia... sí, lograron escapar, si los llego a coger, me pierdo...

Mi pequeño ser, carne de mi carne, mi vida, vida mía, mi bebé, mi pequeño ser…

Lamentamos comunicarle que ha perdido el hijo que estaba esperando. No podrá tener más hijos. Lo sentimos mucho. Ahora duerma un poco.

¡Aaaaaaaahhhhhhhhh! Mi pequeño ser, carne de mi carne, el dolor más grande...

Maldita sea tu calaña, aborrezco tu estirpe, eres simiente de maldad, mala simiente... De haber nacido aquel nonato, de haber vivido ese hijo de mis entrañas engendrado por quien le mató, por quien yo he matado, ¿abominaría, renegaría de él por llevar tu sangre, como abomino, reniego de ti, su padre, su verdugo?

Mala persona, mal hombre. No persona. No hombre. Sólo malo. Malo.

Malo…

No sólo mataste a mi hijo. No sólo me mataste a mí. El primero fue aquel hombre que yo amaba. Aquel joven moreno. Aquel moreno joven. Aquel joven que me hacía volar en un vals. Aquel joven que me susurraba al oído cosas jamás imaginadas, en un fox apretado, íntimo, sensual. Aquel moreno que me enardecía en un tango, que me hacía morir de deseo con sus palabras musitadas que casi eran sólo aire y me hacía perder la cabeza con caricias susurradas con sus manos, con su aroma a hierba fresca que me envolvía toda, y musitaba palabras y susurraba caricias y me hacía morir de deseo con palabras musitadas que casi eran sólo aire.

Afuera sigue lloviendo como triste proclama del otoño, inminente, triste otoño...

Hoy que termina septiembre lloro a mis muertos. A mi hijo, que no lo fue. A mi padre, que murió de pena. A mí. Y a él. No a éste que yace a mis pies, ahora, sino a quien él mató, a mi amor, el más bello de los hombres, el que me hacía sentir la más hermosa de las mujeres. Se devoró a sí mismo. Fue su propio cáncer. Y el mío.

La nariz rota, una brecha en la frente, un derrame en un ojo, el labio partido, una costilla fracturada, un desgarro en la vagina... Siempre había algún motivo para acudir con frecuencia a urgencias. ¿Quiere poner una denuncia? No, no, por Dios; me he dado con una puerta; soy muy torpe. Y hacía como que se me caía algo al suelo para poder decir ¿Lo ve? ¿Y el desgarro en la vagina? Me he dado con una puerta. ¿Y el mechón de pelo que le falta? Me he dado con una puerta.

Gafas de sol cada vez más grandes, más oscuras, incluso por la noche, murmurando algo sobre una conjuntivitis cuando se me preguntaba... una habilidad asombrosa para ocultar señales con el peinado, con el maquillaje, con la sonrisa, mangas largas en verano...

Después me suplicabas misericordia, todo lo hacías por mi bien, por nuestro bien, y si me resistía a perdonar me llamabas loca, decías que te provocaba, pero que tú me querías y por eso hacías lo que hacías, lo que yo te obligaba a hacer. Al final, ¡cómo no!, era yo quien acababa pidiendo tu clemencia.

Hoy me quieres, mañana me odias.

Cuando me odiabas, yo quería quererte para que me volvieras a amar como antes y, si me sentía ansiosa o deprimida, se me olvidaba todo si tú estabas de buenas. Pero a veces, solo con verte la cara, ya me echaba a temblar, el deseo se convertía en pánico y mi sonrisa en una pávida mueca. Cuando más necesitaba tu protección, más me atacabas, más te cebabas en mi debilidad. Pusiste todo a tu nombre, me espiabas, criticabas todo lo que yo hacía, empezaste a humillarme en público… Yo firmaba todo, acataba todo, disculpaba todo…

Dejé de trabajar, de salir, de vivir…

Pensé dejarte, pero me aterraba la idea de la soledad, de la mía y de la tuya. Tú jurabas que si te abandonaba me matarías, que nunca sería de nadie más porque era tuya, cuando yo no quería ser de ningún otro, porque me sentía tuya. Te creía un dios y te idolatraba y tú eras mi dueño altivo, orgulloso, seguro de ti mismo, poseedor de mi voluntad. Mi amo.

Tú llevabas las riendas de mi vida, pero las mantenías tan tirantes que no me dejabas respirar. Y yo me ahogaba. Me ahogaba de amor hacia ti, y me asfixiaba tu odio irracional. Me heriste profundamente, más con tu desprecio que con los golpes y, hoy que termina septiembre, al fin, como un caballo desbocado, he perdido el control, he pasado por encima de ti, te he pisoteado con toda la fuerza que me ha dado el dolor, y te he matado. ¿Debería hendir mi corazón con este cuchillo que ha atravesado el tuyo? ¿Para qué, si ya he muerto contigo?

En la riqueza y en la pobreza, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe… Fue la vida la que nos separó, la que acabó con mi juventud, mi alegría, mi frescura… con mis ganas de vivir, con mi condición de mujer, con mi condición de madre, con mi condición de persona… En la pobreza y en la pobreza, en lo malo y en lo malo, en la enfermedad y en la enfermedad, hasta que la vida nos separe, por los siglos de los siglos.

Amén.

Tú eras el prestidigitador, el maestro del engaño, y yo la comparsa que se deja clavar espadas y cortar en pedazos para que todo el mundo le aplauda a él. Eras simpático, encantador, siempre el alma de la fiesta. Los hombres buscaban tu compañía, las mujeres me envidiaban, todo el mundo te quería, a todos caías bien, hasta que te conocían un poco mejor. Incluso tu familia te fue abandonando poco a poco, dejándome cada vez más sola frente a ti.
¿Qué hay en tu vida pasada, qué había dentro de ti que te hacía ser como eras? Perdiste a tus amigos, bebías hasta perder el control, te echaron del trabajo, y de todo me culpabas a mí, y yo llegué a sentirme tan culpable que acaricié la idea de mi propia muerte, pero me eché atrás pensando qué sería de ti sin nadie que te cuidara.

Aguanta, hija, me decía mi madre, sé fuerte, que tu padre no note nada, los hombres pasan por malas rachas, y nuestro deber es llevar la cruz. Los trapos sucios se lavan en casa, tú guarda las apariencias, si no ¿qué dirá la gente?

Qué dirá la gente… Esa misma gente que sabía y callaba, que mañana me dará el pésame y me ofrecerá su ayuda incondicional, esa ayuda que nadie me ofreció cuando tanto la necesitaba… Esa gente hipócrita, acomodaticia, esa gente con anteojeras que no ve más que lo que quiere ver, esa gente que piensa menos mal que no me ha tocado a mí…

Que no se entere la gente, que no se entere mi padre, que no se entere nadie.

Pero mi padre presentía mi dolor, que hizo suyo, y se empapó de una profunda tristeza que no le abandonó ni en el momento de la muerte, no he sido un buen padre, hija mía, no he sabido defenderte. Merecías un marido mejor. Merecías un padre mejor. Soy viejo y soy cobarde, y ahora me estoy muriendo de cobardía y de vergüenza. Y de pena por ti. Ten coraje, pobre hija, y haz tú lo que yo no tuve el valor de hacer. Mi deshonor será eterno. Mi aflicción, también.

No deja de llover una lluvia gris y melancólica, triste y mustia, melancólica y gris.

Afuera no deja de llover.

¿Por qué no le dejas? Déjalo. Deberías dejarlo. Manda a la mierda al hijo de puta ese, me decían mis amigas, que adivinaban más que sabían por mí. ¿Y cómo le iba a dejar, si era el hombre de mi vida, el único hombre sobre la tierra, por más que el infierno de los celos lo consumiera? Aguanté insultos y golpes, desprecios y sospechas, ultrajes, humillaciones y burlas por amor, por amor y por temor, por amor y por pánico, por amor, por amor, por amor, por terror... por amor... y por el valor que me infundía el miedo a perderlo.

Si me vestía bien era una buscona, si no, una pordiosera indigna de ser su mujer. Si gastaba mucho era manirrota, si no, una avara que atesoraba su dinero para poder escapar de él. Bajaba los ojos cuando me decía que era tonta y que me callase porque no sabía de qué hablaba, y cada vez me sentía más y más nadie, menos yo, más y más nada, más y más nadie. En mi garganta se agolpaban las súplicas de perdón por algo que no había hecho, pero él decía que sí, y yo acababa creyéndolo. Y cuando era él quien me pedía perdón, yo le perdonaba, y yo intentaba que todo fuese como antes, como antes de la primera amenaza, de la primera vejación, de la primera bofetada... y quería otro primer beso, y otro primer baile, y otra primera vez...

Y le preparaba sus comidas preferidas, y limpiaba la casa, y en la cama me comportaba como una puta, como a él le gustaba, y hubiera hecho cuanto me pidiera... todo, con tal de complacerle. Yo le pertenecía, porque yo lo quería y porque él lo creía. Creía ser mi dueño por derecho natural, cuando ya lo era porque yo así lo deseaba. Él lo era todo para mí, y ahora está muerto, y afuera llueve... y yo me quiero morir, pero no de la misma manera que me quería morir antes, sino de la manera que me quiero morir ahora. Quiero morir y quiero vivir. Vivir porque soy libre, morir porque lo soy.

Llueve. Llueve y no hay arco iris, ni un rayo de sol, ni apenas luz. Sólo llueve. Y yo reniego de Dios, y le culpo de todo. Y llueve, y yo reniego de Dios, y no deja de llover...

Pero, hoy que termina septiembre, miro atrás, muy atrás, y pienso que quizás fue todo por mi culpa ¿Qué yo podría haberlo evitado? ¿Cómo? A él le cegaba la ira. A mí me cegaba el amor y me paralizaba el miedo. ¿Qué podía hacer yo? Ante el hecho de haber sido desgraciada y haberle matado por ello, sólo había tenido una alternativa, ya caduca, que era haberle matado y ser una desgraciada por eso. Al fin, han ocurrido ambas cosas.

Nunca tuve elección. Él era mi sino, mi destino fatal. Él fue mi amargura tras haber sido mi gozo. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fue lo que pasó con él? ¿Por qué cambió, trasmutando de ángel a demonio? Éramos felices. Nos queríamos. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fue lo que pasó con él?

Hoy que termina septiembre desearía poder devolverle la vida, para volvérsela a quitar. Quitársela cuando todavía era aquel hombre bello, bueno, deseable, deseado, gozado... Quitársela antes de que pudiera hacer todo el mal que hizo. ¡Cuán distinto hubiera sido mi recuerdo de él! Yo habría sido una Dolorosa, rota por el dolor de la pérdida, con siete puñales clavados en el corazón. Él hubiera sido un ídolo cuyo recuerdo yo veneraría hasta el fin de mis días y más allá. En cambio he sido su víctima y, al fin, su ejecutora. Soy su viuda sin lágrimas, sin remordimientos, sin dolor por haberle matado...

Su viuda...

La muerte parece sentarle bien. Ha desaparecido de su rostro ese rictus de desprecio y amargura, y afloran los rasgos de aquel moreno joven que tanto me quiso, y al que tanto amé. Al que tanto amo. Al que siempre amaré. ¡Qué guapo estaba con aquella camisa blanca que le regalé en el viaje de novios! ¡Qué guapo estaba sin ella!

Hoy que termina septiembre empieza mi vida sin ti, que eras mi vida. ¿Qué será de mí?

Llueve afuera. Las gotas de agua se unen y resbalan por el cristal, como si fueran lágrimas... lágrimas por él... lágrimas por mí... lágrimas, sólo lágrimas, siempre lágrimas...


©texto JAVIER VALLS BORJA
enero de 2006

©fotografía Osvaldo Gon (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

martes, 22 de noviembre de 2011

Tempus fugit





—¡El siguiente! Buenos días, ¿qué desea?

—Hola, buenos días. Pues mire, le parecerá a usted extraño, e incluso inadecuado, pero yo he venido a cometer, o perpetrar, si así lo prefiere, un atraco. No sé qué me ocurre hoy, pero ya me he despertado con esa idea, y cuando a mí se me pone algo entre ceja y ceja, no hay quien me haga desistir del empeño.

—¡Huy! ¿Y eso? ¿Es que padece usted algún trastorno obsesivo compulsivo? O... ¿qué sé yo?..., ¿de capítulos de manía, quizás? ¿O simplemente es fruto de una mala noche? Porque si se trata de esto, he de decirle que la valeriana obra milagros, oiga. Verá, mi suegra...

—No, no. Nada de eso. De lo único que sufro a veces es de flato ¡que es de molesto...!, Sobre todo para los demás, claro.

—Pues se me va a tomar usted, después de cada comida, sin falta, esto que le anoto. Ha de dejar en infusión una pizca de lavanda, otra de poleo, y otra de albahaca campesina, junto a unos granitos de hinojo, ya sabe..., unos anises, y se lo bebe sin endulzar, que parece que lo amargo cure más ¿no cree?

—Muchísimas gracias; lo probaré, y ya le contaré el resultado. Si funciona, estoy seguro de que mis vecinos le quedarán eternamente agradecidos, porque cuando nos juntamos en el ascensor... ¡Bueno!, pero ahora quisiera...

—¡Ahí va! Es verdad. El atraco. Discúlpeme, pero se me había ido completamente de la cabeza... Siga usted, siga...

—Ante todo, no quisiera que creyera usted que me mueve el ánimo de lucro.

En absoluto. Dios me libre.

—Lo que me mueve a dar este paso es el ansia de refinamiento que siempre me ha acompañado, y al cual no he podido acceder por falta de, seamos sinceros, liquidez. Pero una vez resuelta esta cuestión, ¿qué me impedirá satisfacer las exigencias de mi exquisito buen gusto, acceder a las cosas con apellidos, y, en definitiva, vivir como un maharajá, rodeado de lujos asiáticos?

—¡Ah! Sí; la Dolce Vita, mmm... Pero se me escapa lo de las cosas con apellidos...

—Sí, hombre; con apellido... Cosas como Perfume Francés, Zapatos Italianos, Jamón Ibérico, Café de Jamaica, Cuenta en Suiza...

—¡Ah! Ya capto la idea, pero me temo que le tengo que hacer una pequeña corrección. Querrá usted decir apellidos nobles, porque si a ello vamos, “de patata”, también es el apellido de “tortilla”, y si no fuese porque el autor quiere que éste sea un texto biensonante, también le diría que “en el culo” es el apellido de “grano”.

—Mmm..., tiene usted toda la razón. ¡Si es que con interlocutores así da gusto atracar!

—¡Bah! No tiene importancia..., uno, que es detallista... Por cierto, espere un momento, que voy a ir abriendo la caja fuerte. Como ahora las hacen con apertura retardada, pues eso, que mientras charlamos...

—Está usted en todo. Hay que ver, ¡qué eficiencia!, ¡qué celo! Lo dicho, vale usted todo lo que pesa, que no es poco, ciertamente.

—Y eso que estoy a biomanán, oiga, aunque con esta vida tan sedentaria y aburrida, ya se sabe... Pero, por favor, volvamos al fascinante tema que nos ocupa, que para una vez que le ocurre a uno algo emocionante...

—Eso, centrémonos en el asunto. Llegados a este punto, he de decirle que me empieza a caer muy bien, por lo que no quisiera que me tomara por un vulgar ratero sin escrúpulos, y deseo que sepa que he tenido que vencer muchas dudas antes de dar este paso.

—Sí, la ética... me hago cargo.

—¡Huy! No, nada de eso. Creo que me supravalora usted, y se lo agradezco en lo que vale, pero eran dudas de una índole más bien prosaica. Me explico: resulta que hoy es un día de esos de “¿Y ahora, qué me pongo?” Porque para mí, la indumentaria es muy importante. Ya se sabe que vivimos en la era de la imagen. Éste es mi primer atraco, y no quería ir demasiado peripuesto, ni parecer excesivamente informal.

—Le entiendo; la cara es el espejo del alma.

—Al fin me he decidido por este atuendo de sport urbano, un tanto casual, ¿qué le parece?

—Muy acertado, la verdad, y he de confesarle que el tono del polo resalta extraordinariamente el color de sus ojos.

—Muchísimas gracias; es usted muy amable ¿Sabe una cosa? Me resulta muy grato hablar con usted; me recuerda tanto a mi abuela..., excepción hecha de ese magnífico mostacho que luce, claro.

—Ahora es usted quien me halaga. El bigote es cosa de familia. También mi madre estaba muy orgullosa del suyo... Volviendo al tema del atavío, admito que es usted el caco más elegante que ha paseado su palmito por esta humilde sucursal, y si no se lo digo, reviento.

Mientras no me salpique, le quedaré eternamente agradecido por esas palabras, y bese usted los pies a su señora de mi parte, pero no crea que acababan ahí los problemas de atrezzo, no... Después venía el dilema del tocado, porque, a ver, ¿qué se pone uno en la cabeza para ir de atraco? Y no es que haya muchas opciones, que digamos: ¿Un pasamontañas? Demasiado calor. ¿Una media? Deforma las facciones. ¿Una máscara de Ronald Reagan? Muy “demodé”. ¿Un disfraz de Santa Claus? ¿En agosto? Y entonces, ¡Oh, inspiración!, recordé aquella sentencia de Nietzsche: “Hablar mucho de sí mismo es también un medio de ocultarse”. Así que decidí hablar y venir a cara descubierta.

—Y bien alta, oiga.

—Después, el modus operandi: más dudas, incertidumbre, indecisión y titubeos. ¡Usted dirá! ¿Armas? Soy no violento. ¿Gritos, zarandeos, empujones y amenazas? Toda la vida en colegio de pago, eso pesa. ¿Rehenes? No, por Dios, no son nada prácticos; cuando no tienen pis, tienen pos, o se ponen a dar a luz. Además, yo soy de la opinión que todo se puede arreglar con educación, urbanidad y buenos modales, como estamos poniendo de manifiesto ahora mismo, porque no todo depende solamente de la iniciativa del atracando; también cuenta, y mucho, la buena disposición y receptividad del atracado. ¿Está conmigo?

—Totalmente. Sepa usted que me tiene al borde de las lágrimas, pues su sensibilidad hace mella en la mía y siento que se me pone en la garganta un nudo de tal magnitud que siento hasta retortijones de la emoción. ¡Mire! Ya se abre la caja fuerte. Bueno, vamos a ver ¿dónde metemos el dinero? ¿Ha traído usted maletas, cajas, sacos o algo...?

—¡Huy! Pues no. Preocupado como estaba por el “look”, se me ha ido el santo al cielo en ese aspecto.

—Bueno, yo le puedo dar la bolsa del bocadillo, mas le advierto que, aparte de que hoy es de revuelto de ajetes y huele que alimenta, no le va a caber casi nada, porque tenemos la caja a reventar.

—Oh, mon Dieu! Creo que debería haber visto más películas de gánsteres y hampones, pues me veo un poco “verde”. ¿Qué me aconseja usted, que debe tener mucha más experiencia que yo en esto del latrocinio?

—Pues como no quiera que se lo mandemos por Seur...

—Ahora que lo pienso, ¿no me había dicho que estaba a biomanán?

—Sí; lo tomo de postre. Uno después de cada comida, y no hay manera, oiga.

—Pues vaya fastidio... ¡Ah! ¡Ya está! ¡Lo tengo! ¡Eureka! ¿Cómo no se nos habrá ocurrido antes? Ábrame una cuenta, y me lo ingresa todo en ella. Así, el dinero sigue estando en el banco, y usted gana un cliente, ¿hace?

—Oh, là, là! (Yo también estudié francés en el colegio, que lo sepa) C’est fantastique! Superbe! (¿lo ve?). No sólo es usted un atracador modélico, sino que además es un genio de las finanzas. Una operación limpia, completamente transparente, y encima obtenemos una cuenta multimillonaria. Al director le va a dar algo, se lo aseguro.

—Pero he de decirle, en honor a la verdad, que a la hora de hacerme cliente suyo he tenido muy en cuenta la calidad del servicio y el trato personalizado.

—Me honra profundamente; siempre guardaré un grato recuerdo de este día.

También yo, aunque no será como lo tenía previsto. Verá, usted sabe que todos los grandes momentos de la vida se han de recordar con una gloriosa banda sonora de fondo (yo había pensado en algo solemne, pero sencillo, como el “Valse Triste” de Sibelius), pero en todo el rato que estoy aquí no he cesado de oír el repiqueteo de ese martillo neumático que hay ahí afuera...

—Pues sí, ya hace unos días que no paran de jorobar, con perdón por lo de paran... Ayer, precisamente, me preguntaba yo si no estarían haciendo un butrón para atracar el banco.

—Pues imagínese la cara que se les quedaría al ver que ya estaba atracado, ¡ja, ja, ja...!

—¡Sí! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué bueno! ¡Ja, ja, ja...! Ahhh...

—¡Huy! ¡Pero si es tardísimo! Me temo que ha llegado el amargo momento de la despedida, pero no le voy a decir adiós (¡no podría!), sino Au revoir, mon cher ami!

—¡Cuánto lo siento! Debería ser como dice la canción: “Relooooj, no marques las hoooras...”

Tempus Fugit, amigo mío.

—Sí, rosa, rosa, rosam, rosae, rosae, rosa. ¡El siguiente! Buenos días, ¿qué desea?



© del texto JAVIER VALLS BORJA
octubre 2000



©fotografía  pablosanz (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Anuncios por palabras_005



Escritora de novela romántica, con poca experiencia en el amor, busca pasión desenfrenada para documentarse.

©JAVIER VALLS BORJA
©fotografía Noviembre~ (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

martes, 15 de noviembre de 2011

Estación término



Caen las hojas, una, dos, diez, una vida, la mía. Mi último otoño, la estación más bella, amarilla, roja, lluvia... No existe el verde, verde insultante de los brotes, los renuevos, la vida. Caen las hojas y la morfina es insuficiente remedio para el mayor de los males. Humo. Viento. Viento que arrastra las hojas que caen arrastradas por el viento incapaz de arrastrar la muerte que se está llevando mi vida, esta vida que voy arrastrando porque no es vida ni muerte, solo otoño, la estación más bella. Sin esperanza. Sin resignación. Solo rabia. Otra hoja. Otoño. Estación. Estación término.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía idlphoto (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

lunes, 7 de noviembre de 2011

Camino Soria



—Buenos días, señor lugareño, si me permite que le llame así ¿Sería usted tan amable de decirme si voy bien para Soria?

—Buenos días, señor. Sí.

—¿Sí, que? ¿Voy bien?

—No... Bueno, sí... Quiero decir que sí que le permito que me llame señor lugareño, puesto que eso es lo que soy, o mejor dicho, de lo que ejerzo. Como usted sabrá, todos tenemos un papel que representar en este mundo de tránsito, y a mí me ha tocado en suerte el de pastor. Pero es bonito, no crea; las ovejas saben escuchar y son una buena compañía; el paisaje, aquí junto al río, es inmejorable, y el trabajo deja mucho tiempo libre para leer a Proust y meditar sobre el tiempo perdido, valga la redundancia. Lo único que me carga un poco ¿sabe usted? es el tener siempre de fondo “La Primavera” de Vivaldi. Yo creo que un poco de “new age” no estaría mal, para variar, y no le quitaría ni un ápice de bucólica serenidad a esta pastoril escena que a usted le ha sido dado contemplar.

—Ah... ¿y, en cuanto a lo de Soria, que me dice?

—Ajá, Soria... Podría hablarle largo y tendido sobre Soria... su situación geográfica, su clima, su historia... Soria, sí... En lo que ando un poco más pez es en lo de su demografía, y es que a mí, las estadísticas...

—Pero no..., verá... Yo, lo que quiero saber, es si voy bien para Soria.

—¡Huy!, pues, siendo así, me pone usted en un brete. Teniendo en cuenta que no hemos sido presentados, me resulta un tanto violento el tener que responder a esa pregunta. No obstante, lo haré. Si nota una cierta crudeza en mi respuesta, no lo tome como algo personal, ya que, como le he dicho hace tres o cuatro líneas, no nos conocemos. Bueno, allá voy: No, no va usted bien para Soria... el traje de Armani está bien, pero la corbata de Ágata Ruiz de la Prada dice muy poco en favor de su buen gusto, y no me venga ahora con aquello de que es divertida... Por otra parte, el hatillo hecho con el pañuelo de Hermés me parece excesivamente llamativo ¡Hombre, por Dios! Si Machado levantase la cabeza... Soria requiere algo más sobrio.

—Discúlpeme, señor lugareño, pero he de hacerle notar que ha incurrido usted en un error, que no es otro que el de creer que le estoy preguntando por mi atuendo, cuando lo único que yo pretendo es saber si llevo la dirección correcta para llegar a Soria... Aunque si hemos de tocar el tema de la indumentaria...

—Ah, ya veo que ha reparado usted en las preciosas mallas de piel de leopardo que ciñen mis miembros inferiores ¿no cree que se integran muy bien en el paisaje? Yo así lo creo. Por supuesto, son falsas, de nylon; yo soy ecologista hasta la médula, aunque no estoy muy seguro de que durante su fabricación no se haya contaminado algún hábitat y puesto en peligro de extinción a diversas especies animales y vegetales. Bueno... y, en otro orden de cosas ¿qué le trae a usted por aquí?

—Pues, como podrá adivinar por el polvoriento y gastado aspecto de mis zapatos, lo que me ha traído hasta aquí han sido mis propios pies, paso a paso. Soy peregrino a ningún lugar, pero, como le decía antes, preciso pasar por Soria por un asunto que, sin ser íntimo, no me apetece contarle a usted.

—Mmmm... pillín... cherchez la femme...

—No, no. Se equivoca de nuevo. No se trata de una mujer, aunque es bien sabido que tiran más dos tetas que dos carretas. El objetivo de mi viaje permanece oscuro incluso para mí. Hace poco recibí un e-mail que decía: “ven a Soria”, y en ello estoy, yendo a Soria, pero no sé si voy por buen camino.

—¡Ay! amigo peregrino, hay tantos como usted... Almas descarriadas, sin rumbo, que aceleran el caos cósmico al que, inevitablemente, nos dirigimos, lo cual me recuerda que es la hora del almuerzo. Siéntese conmigo, y comparta la frugalidad de mi mesa.

—Oh, no me gustaría abusar de su hospitalidad, aunque la verdad sea dicha, tengo un hambre de lobo.

—Ssshh... No pronuncie la palabra L-O-B-O delante de las ovejas. Son muy sensibles y se asustan con facilidad, lo que trae como consecuencia una descomposición de cuerpo que les dura varios días, pobrecillas.

—Le ruego que perdone mi necedad, no sentía lo que dije; disculpadme, bestezuelas... Bueno, y... si no es mucho preguntar ¿qué hay de comer?

—Pues, la verdad, no lo sé. Me preparo yo mismo la comida, pero luego intento olvidar lo que he puesto. Esto requiere un gran dominio mental, pero la recompensa vale la pena, cuando abro el maletín y, sorprendido, veo ante mí los platos que más me gustan. Si, ya veo que mira usted con extrañeza el maletín de ejecutivo que utilizo de morral, pero es que me tocó en un sorteo del banco, y como ya tenía el zurrón para cambiar... Veamos, hoy tenemos huevos de codorniz escalfados al aroma de clavo con cáscaras de naranjas amargas confitadas... mmm...  maravilloso contraste de sabores. Como segundo puedo ofrecerle unas hojas de col rellenas de arroz salvaje y bañadas en una suave bechamel al perfume de cardamomo, y como postre unos exquisitos dátiles al horno rellenos de mousse de yogur, todo ello regado con un maravilloso cabernet sauvignon que mantengo fresco en esa poza que ve ahí. Habrá advertido usted lo espartano del menú. Quizás esperaba huevos fritos con chorizo, pero he de confesarle que ante la avalancha de nuevas enfermedades que nos invade, tiempo ha que decidí convertirme en ovo-lacto-vegetariano. Antiguamente, la gente se moría de repente, de vieja o de consunción, pero hoy en día, si no te matan de un infarto el colesterol y los triglicéridos, te matan en atentado terrorista. En fin, que no somos nadie... Qué ¿hace?

—Naturalmente. No puedo rechazar tan generoso ofrecimiento, pero me va a permitir usted que contribuya al ágape decorando la mesa con este maravilloso candelabro de plata que llevo en mi hatillo.

—No faltaba más... Precisamente tengo aquí unas velas delicadamente perfumadas que serán el complemento ideal. ¡Que aproveche! Bien, y... ¿hacia donde se dirige usted?

—A Soria.

—Ah... la Soria de Machado... “Es la tierra de Soria árida y fría...”

©texto JAVIER VALLS BORJA
octubre 2000
©fotografía  niwasan (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons


Aquí podéis ver esta entrada en el blog de mi amiga Sofía Serra Giráldez, ilustrado con una de sus magníficas fotografías

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cuando la arruga no es bella




Un automóvil que, de tan viejo, hace creer en los milagros. Una anciana de pelo azul que se apea y, apoyándose en él con una mano, la otra en un bastón, lo rodea hasta llegar al otro lado, en un lapso de tiempo que parece inacabable. Abre la puerta y ayuda a bajar a otra mujer, infinitamente vieja, que debe ser su madre, su hermana, tal vez su hija: se parecen en el azul de sus cabellos, en la profundidad de sus arrugas, en la curva indigna de sus espaldas que les impide mirar al frente...

La sujeta cariñosamente y la conduce, desafiando a la gravedad y a las leyes del equilibrio, hasta la verja de una casa que está pidiendo a gritos una cuadrilla de albañiles, de jardineros, de pintores..., pero ellas parecen no oírlos, y avanzan, a duras penas, por el camino de entrada cubierto de hierbas.

El abajo firmante las mira con ternura, y piensa en él mismo cuando sea viejo, si es que algún día llega a ser tan viejo como esas mujeres, como ese coche, como esa casa...

Las dos mujeres se pierden de vista entre los arbustos que un día fueron hermosos.

©texto JAVIER VALLS BORJA
©fotografía macfacizar (fuente flickr), publicada pajo una licencia Creative Commons