Estas flores están muertas. De ellas solo queda la imagen que ves y tal vez un tique de compra olvidado en el fondo de un cajón. Como resumen de la vida tal vez sea algo apresurado, soy consciente de ello pero, ¿y si realmente la vida es eso?
martes, 16 de junio de 2020
La vida
Estas flores están muertas. De ellas solo queda la imagen que ves y tal vez un tique de compra olvidado en el fondo de un cajón. Como resumen de la vida tal vez sea algo apresurado, soy consciente de ello pero, ¿y si realmente la vida es eso?
jueves, 4 de junio de 2020
H2C=O (formol)
Los pasos se detienen frente a la puerta, como en el sueño, solo que ahora no estoy dormido, tampoco despierto; este estado insomne carece de toda lucidez. Silencio. No suenan golpes de nudillos, ni el dindón del timbre. Aplico el oído a la madera para captar posibles ruidos del otro lado, pero no se oye nada en absoluto, ni siquiera los sonidos habituales del edificio ni de la calle. El silencio es denso, viscoso, me ahoga. No hay mirilla, no puedo ver quién hay en el pasillo, ni sé si quiero verlo. No, no quiero. El corazón se me acelera mientras me invade una oleada de sudor frío que empapa inmediatamente mi frente y mis axilas. ¿Es miedo? No, es mucho más que eso. Es un volver al terror causado por las pesadillas de la niñez. El horror atávico acumulado a lo largo de la historia de la humanidad, concentrado en este momento. Tengo la sensación de que aunque quisiera gritar, no saldría ni tan solo un susurro de mi garganta, como cuando desperté chillando sin voz. ¿Quién será? ¿Será una de ellas? ¿Habrán seguido mi pista y me han denunciado a la policía? Pero si fuera la pasma habría aporreado la puerta con fuerza, incluso hubiera amenazado con echarla abajo. ¿Por qué no llama nadie?
—¿Quién es?— pregunto con el poco aire que soy capaz de expeler a través de la garganta, incapaz de emitir nada más que una voz opaca y débil que me hace sentir más ridículo y cobarde de lo que me he sentido jamás.
Nadie responde, el pánico me atenaza, mi respiración se vuelve agitada, me falta el oxígeno. Siento la calidez de mis orines empapándome los pantalones. Me doy la vuelta y con la espalda contra la puerta observo los estantes llenos de frascos. Ya no puedo soportar el olor a formol, necesito salir de aquí, pero las ventanas de un séptimo piso no son una salida a considerar.
Los globos oculares que me miran desde los frascos se me figuran dedos acusadores, los de todas las mujeres a los que pertenecieron aquellos ojos que un día fueron bellos, que miraron con amor, con ternura, con cariño, aquellos ojos que miraron como a mí nunca nadie me ha mirado, como a mí nunca nadie me mirará… Los ojos de aquellas mujeres que me miraron con desdén, cuando no con asco.
No puedo seguir con aquella visión y arramblo con los frascos, que se rompen con estrépito esparciendo docenas de ojos ciegos y miles de fragmentos de cristal. El formol se derrama, lo empapa todo, y el olor, ¡el olor!
—¿Quién es?— vuelvo a preguntar a la puerta, gritando, con la garganta estrangulada por el miedo, la boca seca.
—Soy mamá, hijo, abre la puerta— y se me contrae el estómago al oír la voz amada.
Mamá está muerta.
Abro, y descubro frente a mí a la mujer que me dio la vida, pero ahora no tiene ojos y desprende un hedor a muerte que se impone al del formol. Me habla con la voz de cuando me arrullaba:
—Ven conmigo, hijo.— Y enciende una cerilla...
El formol prende y, finalmente, las ventanas de un séptimo piso sí son una salida a considerar.
jueves, 21 de mayo de 2020
No me llames
Anoche soñé que tenía una amante que no tenía lavabo en el baño de su casa y sí, en cambio, muchas plantas artificiales que perdían sus hojas cada vez que pasabas junto a ellas.
Era elegante y delgada, vestía de gris y decía que no tenía suerte con los hombres, no sé si me incluía en esa afirmación. En el sueño yo aparezco con mi aspecto actual, pero con ropa que me ponía hace más de veinte años, no sé cómo aún me cabe.
Fuimos a cenar a su restaurante favorito, un lugar al que yo había ido en infinidad de ocasiones, pero a ella le dije que era la primera vez. Este se hallaba en su mismo edificio, dos plantas más arriba, y era un piso normal, como el suyo. Como yo no suelo ir a los baños públicos, ignoro si aquel tenía o no lavabo. La gente de las otras mesas era la misma que cuando iba sin ella, nadie hablaba ni se movía, como en una foto fija, aunque sí se oía el murmullo de conversaciones, tal vez fuera una grabación.
Al acabar de cenar nos hallábamos en la cocina de su casa, fregando los platos, ella desnuda y con guantes de goma rosas, la única nota de color que se permitía.
Estaba guapa y le propuse hacer el amor, pero ella se echó a llorar con gran desconsuelo, mientras me decía entre hipidos y sollozos que cómo iba a hacerlo si no tenía lavabo en el baño. La consolé cariñosamente y al despertar al día siguiente habían desaparecido ella y todas sus plantas de plástico, de las cuales aún quedaban algunas hojas a esparcidas aquí y allá.
El cuarto de baño seguía sin lavabo. En el espejo había escrito con lápiz de labios su número de teléfono y las palabras "no me llames".
miércoles, 6 de mayo de 2020
Amor de mar
Amor de mar
Relato escrito para el Planetari de Castelló, como regalo por el 29º aniversario de su inauguración.