miércoles, 6 de mayo de 2020

Amor de mar




Relato escrito para el Planetari de Castelló, como regalo por el 29º aniversario de su inauguración.

Tal día como hoy, hace ya veintinueve años, el ocho de mayo del mil novecientos noventa y uno, nació una historia de amor.
Parecía un miércoles normal, pero no, no era un miércoles cualquiera. Las gaviotas aún estaban posadas en la arena, pronto saldrían a buscar algún pececillo que llevarse al buche. El ruiseñor había finalizado su preciosa serenata nocturna y los gorriones, al despertarse, rompían el silencio trinando con toda la potencia de sus minúsculos pulmones. Era como pasar de escuchar un madrigal de Monteverdi a zambullirse en un concierto de rock duro. Todo parecía acostumbrado y natural. Lo parecía, pero...
Era día de inauguración. Antes de que operarios, jardineros, funcionarios y autoridades invadieran la mañana, con los primeros rayos de sol, la mar, nuestra mar, sonrió mientras besaba la playa.
¡Hola, Planetari! —saludó—. ¡Qué contenta estoy de que te hayan construido aquí! Bueno, eso ahora, porque cuando empezaron a erigirte, pensé: "Ya me van a plantar delante otro hotel, ¡estoy harta! ¡Toda la costa destruida para que algunos se hagan aún más ricos, sin que les importe lo más mínimo cargarse la naturaleza!". Estaba muy enfadada, todo el mundo habla de lo bonito que es mirarme, pero nadie piensa en lo que debo ver yo: grúas, chimeneas, edificios infames…
El Planetari permanecía mudo, como si no hubiera escuchado las palabras de la mar, así que esta continuó con su discurso:
¿No te interesa lo que te digo? No me importa, te lo contaré igualmente; total, ¡no puedes irte! —La mar sonreía, divertida—. No hace mucho tiempo, esta costa era virgen, bellísima en su inocencia intocada, y yo gozaba contemplando el verdor de la tierra. Sin embargo, con el paso de los años, fueron tapándome la vista del pinar, y el último pedazo de tierra que quedaba a través del cual podía verlo, un buen día se llenó de máquinas, camiones, andamios y gente que no paraba de hormiguear arriba y abajo. Estaba triste, pero ya tan acostumbrada… Me retiré, dejé de mirar el litoral por un tiempo, pero soy curiosa y necesitaba saber. Abrí los ojos de nuevo para comprobar que ibas creciendo y entonces ya vi que no eras lo que me habías parecido en principio. Comprendí que lo que se alzaba hacia el cielo frente a mí no era el sapo que yo pensaba, sino el más bello de los príncipes. —Hizo una pausa para ver si obtenía alguna respuesta, pero solo se escuchaba el empecinado mutismo del Planetari—. ¿No me dices nada, galán?
El silencio era lacerante, únicamente roto por un bandada de golondrinas que revoloteaban entre una nube de mosquitos y estaban desayunando tan gozosas como si fuera día de fiesta mayor. El Planetari, tímido como un adolescente, estaba turbado porque una belleza como aquella se fijara en él y no sabía qué hacer ni qué decir, pero finalmente se decidió a hablar:
¡Hola, Mar! —dijo el Planetari, ruborizado con la ayuda del sol naciente—. Yo también estoy contento de que me hayan construido aquí, ¡eres tan bonita!
La mar, sorprendida por una respuesta que no se esperaba, y que parecía sincera por el rubor del joven Planetari, de repente se encrespó y aceleró la cadencia de las olas. Agitada como estaba, se había cubierto de espuma blanca. Estaba bellísima.
Ay, calla, que harás que me enturbie por la vergüenza. Tú sí que eres apuesto; mírate, tan alto, tan blanco y perfecto como una perla. Eres lo primero que veo con la claridad de la mañana, y ya me alegras todo el día.
El Planetari estaba tembloroso por la emoción, pero como ya estaba lanzado, contraatacó, valiente:
La preciosa eres tú, Mar, con tu movimiento sinuoso y eterno, capaz de todos los azules: aguamarina, turquesa, zafiro, lapislázuli… —El Planetari dijo todo eso de un tirón; después, cogió aire y continuó diciendo—: Y, de noche, eres negra y brillante como el azabache, y me deslumbras con el resplandor que provoca la luna cuando te mira…
La mar, que había vuelto a quedarse quieta, halagada y triste a un tiempo, respondió:
¡Míralo, si me ha salido poeta! —sonrió sin alegría—. Mas ya no soy la que era… Agradezco lo que me dices, pero estoy enferma… Microplásticos, vertidos de petróleo, químicos, mercurio, sobreexplotación… Me hacen daño y, a veces, me enojo, Entonces me sacan en la tele, y dicen que he provocado desastres aquí y allá.
¡Eres valiente y haces escuchar tu voz!
Pero estoy tan cansada, Planetari…
¡No puedes rendirte! Todo empieza en ti, eres la madre de todo. ¡Tú eres la vida!
Ya sabes que toda vida tiene un final… —La mar se afligió al decirlo e hizo una pausa, pensando en sus desgracias, pero se percataba de que aquel era el día grande del Planetari y que no tenía derecho a amargárselo. Además, ¿quién le decía que a partir de ahora las cosas no podían cambiar? Ella ya había demostrado sobradamente su capacidad de regeneración, así que se rehízo y cambió el tono de voz por otro más alegre—. Pero no hablemos de mí, que tú eres joven y tienes toda la vida por delante. —Tras decir eso, imprimió gran énfasis a sus palabras—: ¡Estás destinado a hacer cosas muy grandes, Planetari, porque la divulgación de la ciencia y, por tanto, el conocimiento de la vida y del entorno donde vivimos, es el legado más importante que puedes dejar a los humanos, aparte de entretener a grandes y pequeños, que ya es mucho. No eres solo una cara bonita, tienes un compromiso y sé que, conmigo o sin mí, lo cumplirás!
¡No permitiré que te rindas! Desde aquí, haré lo posible para difundir el mensaje de la vida, de cómo nació y de cómo debemos conservarla. Pero te necesito a mi lado, o frente a mí, mejor dicho… Me gusta reflejarme en ti —Sonrió con timidez mientras le hacía esa confesión—. Siempre he estado enamorado de ti, desde que sacaron la primera palada de tierra para crear mis cimientos—. Tras un momento de silencio reflexivo, aspiró profundamente y soltó de golpe—: ¿Quieres que seamos novios, Mar?
Pero, pero… —La mar estaba aturdida, no sabía qué decir—. Yo soy más mayor que tú; tengo un pasado, como podrás imaginarte. —Sonrió con picardía e hizo reír al Planetari—. Y tengo muchas teclas, como el calentamiento global, por ejemplo. Yo, que siempre he estado en mi sitio, me veo obligada a ir invadiendo la tierra. El hielo de los polos se derrite y me hace engordar. Necesito más espacio, y algún día llegaré a ti y te engulliré.
Y el Planetari, con ojos enamorados, respondió:
No puedo imaginarme un destino mejor. Cuando llegue ese momento, habré cumplido mi tarea con los humanos, y seré tuyo por siempre.

© texto y fotografía JAVIER VALLS BORJA
mayo 2020

4 comentarios:

  1. Me encanta, me recuerda a un cuento que escribí, una historia de amor entre el Titanic y el iceberg que lo destruyó. Gracias por volver.

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    1. Pues espero no destruir mi querido Planetari, jeje... Y a ti, gracias por estar, siempre.

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  2. Me encanta eso de que el hecho de engordar, sea un acto de amor. Bienvenido de nuevo a tu rincón.

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    1. ... de amor, y de belleza, jajajaaa... Gracias, Elenísima.

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